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    El estudiante
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    El estudiante

    Aprender a decir sí. Aprender a decir no

    por Gonzalo de Pedro

    Casi como cualquier relato contemporáneo consciente de serlo, y consciente de sus limitaciones, 'El estudiante' es voluntariamente sinuoso, voluntariamente retorcido, casi disperso y titubeante. Una condición inestable de la construcción que podría entenderse como una traslación a la forma de la película del propio devenir del protagonista de esta historia de aprendizaje (donde aprendizaje significa desilusión, cinismo, desapego) de un joven llegado a Buenos Aires desde las provincias para intentar sacar adelante su carrera universitaria, y que termina implicado en los entresijos más oscuros de la política universitaria. Un micromundo, como cualquier otro, cargado de renuncias, traiciones, intereses contrapuestos, que funciona como parábola del funcionamiento de cualquier sistema de poder, sacudido por el oscurantismo, las ambiciones, las rencillas y, cómo no, las bajas pasiones. Un espacio en el que idealismo deja paso a los intereses propios, o del colectivo político, olvidándose de la inicial representación de los otros.

    Rodada en escenarios naturales, 'El estudiante' captura la universidad como un espacio sobrecargado de tensiones contrapuestas, ruido literal y ruido figurado, y una suciedad ambiental y casi moral que encuentra en las paredes de los pasillos, invadidas por consignas políticas, carteles, pintadas, contra pintadas y contra consignas, un eco visual y al mismo tiempo un elemento que multiplica esa idea que la película parece contener: la de la política como un universo ininteligible en su cinismo, una pelea de todos contra todos en la que los bandos ya no son ideológicos, sino puro enfrentamiento casi tribal.

    Con calculada distancia, la película no es fácilmente catalogable en bandos, ni tan siquiera para los espectadores argentinos, porque aunque retrata un espacio y un ambiente puramente local, su ambición es la de construir un retrato, casi a la manera de 'The Sopranos', o como en aquellas películas del cine político de los años 70 en Hollywood, que funcione en su metáfora de forma casi universal. Así, el posible aspecto más documental (con el que la película ha sido erróneamente relacionada en muchas ocasiones) no va más allá de la inmersión en escenarios reales, o el uso de una cámara agitada por momentos en su persecución de los personajes (habría que detectar quién fue el primero que dijo que la cámara en mano equivalía a rodaje documental).

    Sin embargo, aunque retrata la complejidad de un mundo tan necesariamente oscuro como el de la política, 'El estudiante' no es una película cínica, ni lo son tampoco sus personajes. Traicionan, se drogan, sufren, cambian de bandos, y abandonan sus ideales por otros nuevos, o incluso contradictorios. Pero hay algo, aunque sea, de pasión en lo que hacen. Es esa riqueza, esa complejidad en el retrato de un universo y unos personajes muy lejos de lo maniqueo, lo que termina convirtiendo a 'El estudiante' en la película resbaladiza que es, un thriller clásico encajada en una estructura contemporánea, un relato de aprendizaje donde no se sabe bien qué se aprende, qué se gana o qué se pierde.

    Lo mejor: su capacidad para retratar un mundo complejo como el de la política.

    Lo peor: que el devaneo narrativo se convierte, por momentos, en desorientación.

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