Pasión reivindicativa
por Carlos ReviriegoVersificador. Es el significado literal de la palabra vasca que da título a la película. Porque el documental de Asier Altuna –co-director de la muy recomendable comedia ácida Aupa Etxebeste! (1995), otro retrato social de la cultura euskaldún– se adentra en la intrahistoria y vigencia de la tradición oral en el País Vasco. Y lo hace con intensidad épica y voluntad didáctica, combinando tanto imágenes de creación y de registro, como los típicos testimonios de cabezas parlantes. Para los no iniciados en el hermoso arte del "bertsolarismo", el filme expone con pasión y claridad sus cánones –inventio, dispostio, elocutio, memoria y actio, es decir, a partir de un tema aleatorio, el 'bertsolari' improvisa una serie de versos cantados–, mientras que el espectador familiarizado con el entorno encontrará una mirada de insider en el fraternal y competitivo universo de sus figuras más destacadas, con la filmación del campeonato celebrado en Bilbao en 2009, que reunió a 14.000 espectadores, y cuya fase final emerge como hilo conductor de la película.
Bertsolari pivota entre dos figuras protagonistas que se ofrecen al tiempo como cuerpo y alma de la cultura del bertsolarismo. El veterano Andoni Engoña, dueño y señor del arte vasco durante generaciones, es el cicerone inicial del filme, que va cediendo protagonismo a la pujanza de la joven bertsolari Maialen Lujambio. La película va privilegiando así la relevancia del triunfo femenino en una tradición de entorno y dominación machista en la que, hasta hace bien poco, no se conocía participación de mujer alguna. Aparte de exponer las reflexiones de Maialen y seguir sus pasos hasta la consecución del campeonato de 2009, la película también incluye en su elenco a la bertsolari Miren Amuriza, a quienes acompañan las reflexiones y testimonios de, entre otros, los poetas Jon Sarasua y Fermín Muguruza, el antropólogo Josefa Zulaika y el "experto en tradición oral" John Miles Foley.
En los bloques del filme en que Altsuna propone una noción cinematográfica del género documental (y no meramente televisiva), aquellos que corresponden a las imágenes de creación, Bertsolari encuentra lo mejor pero también lo peor de su propuesta. Peca el filme de una exposición redundante de ciertos juegos visuales y puestas en escena metafóricas, como el grupo de bertsolaris que sentados en sillas dispuestas en la arena de la playa son sumergidos poco a poco bajo la marea, o el andar de un individuo en sentido contrario al movimiento que le rodea. Son herramientas que tratan de elaborar un discurso poético sobre la pervivencia a contracorriente de una tradición que, en los últimos treinta años, en lugar de perecer asfixiada por el impulso de uniformización cultural de nuestros tiempos, ha desarrollado más que nunca su singularidad. Al menos el 70% de la comunidad euskaldún –600.000 vascoparlantes– se declara aficionada al bertsolarismo.
En los primeros compases del film, Alsuna transmite con suspense emocional la inquietud que él siente ante un acto preformativo muy similar al que practican raperos y hip-hoperos, pero que al mismo tiempo está conectado directamente con la vindicación lingüística y cultural de su tierra y con la negación del comercio cultural. Sólo existe para ser interpretada en vivo. "El bertsolarismo es –y aquí radican tanto sus aportaciones como sus limitaciones– de las pocas expresiones culturales ante el público que no se basa en ninguna reproducción en serie", se lee en www.bertsozale.com. En un sentido riguroso, el propio deseo fundamental de la película (y del cine: fijar el tiempo) atenta contra una de las nociones esenciales del arte que reivindica. Un pecado menor, por necesario, para un documental realizado con contagiosa pasión y solvencia profesional, tan interesante como seductor.
A favor: El entusiasmo narrativo con que el filme transmite su defensa de una cultura tan tradicional como contemporánea.
En contra: La excesiva duración debido a un bloque central algo repetitivo.