Una loca a domicilio
por Mario SantiagoSe mire por donde se mire, el cine americano funciona como el perfecto escaparate de las (supuestas) virtudes y las tensiones ocultas de la sociedad de consumo. Ninguna otra cinematografía exhibe de forma tan impúdica las joyas de la corona y los cadáveres en el jardín del capitalismo. Una realidad que se extiende por el texto y el subtexto de una comedia como 'Por la cara', en la que colisionan los polos opuestos de una salvaje contienda social. A un lado del ring, encontramos al bueno de Sandy Patterson ("¡No es un nombre de mujer, es unisex!"), un flamante y honesto padre de familia que se gana el jornal picando piedra en la industria financiera —un papel hecho a la medida de Jason Bateman, a quién acusaríamos de estar encasillado si no nos hiciera disfrutar tanto con cada una de sus sesiones de tortura a manos de familiares insensatos, jefes esclavistas u otras criaturas dementes—. Y luego, al otro lado del cuadrilátero, hallamos a Diana, un gigantesco signo de interrogación que hace las veces de mentirosa compulsiva, maestra del timo y aspirante a reina de los sociópatas —sobre el trabajo de la magnífica Melissa McCarthy nos extenderemos más adelante—.
Este dúo de arquetipos se turnará a lo largo del filme los roles de gato y ratón, aunque la primera víctima es el personaje de Bateman, que está a punto de caer en la ruina cuando nuestra ladrona de identidades le eche el lazo criminal. Estamos, en el fondo, ante una batalla de iguales disfrazados de archienemigos. Sandy y Diana comparten su condición de mascotas del sistema: él es el perrito faldero y ella la caniche rebelde. A la postre, poco importa quién gane la contienda —tratándose de Hollywood, la agente antisistema tiene todas las de perder—, lo que interesa son los términos de la lucha. Y lo cierto es cabe dar el combate por satisfactorio. En sus mejores momentos, los más delirantes, 'Por la cara' nos conduce a esa tierra de pesadilla en la que el cine americano juguetea con la interrupción de la tregua social: ese oscuro paraíso de alienación y autodestrucción que nos mostró 'Un loco a domicilio' (en clave de comedia negra) o 'El club de la lucha' (en ácido rojo sangre). Aquí no se llega a los extremos de aquellas, pero la desfachatez de Diana y el rostro de pánico de Sandy nos acercan al lado oscuro. De hecho, en el giro más afortunado de la acción, el buen hombre es convencido por la bruja oronda para sablearle unos billetes a un desalmado alto ejecutivo. Un genuino temblor que, sin embargo, la película no tarda en subsanar: el orden se impone al caos.
Y es que a pesar de las sacudidas sísmicas, 'Por la cara' no acaba de lanzarse por completo a ese amargo vacío conquistado por comedias como 'Trabajo basura' o 'Dick y Jane - Ladrones de risa'. El espíritu compasivo y las buenas intenciones acaban marcando el paso, aunque por el camino quedan unas cuantas trasgresiones, en su mayor parte protagonizadas por la eficaz Melissa McCarthy, una mujer que lleva más de 15 años rondando por el mundo del entertainment, pero a quien la mayoría descubrimos gracias a su trabajo en 'La boda de mi mejor amiga', donde daba vida a la gruesa del clan. Luego la vimos presentando el Saturday Night Live y robándoles un par de escenas a Paul Rudd y Leslie Mann en 'Si fuera fácil'. La especialidad de McCarthy es el humor físico, una disciplina de la comedia que, con contadas excepciones (como la de Molly Shannon), ha estado reservada a los hombres, desde los maestros del slapstick hasta Jim Carrey o Will Ferrell, pasando por ese gurú de la mueca descoyuntada llamado Jerry Lewis. Así, tomando el testigo de otros adorables y temibles gordinflones de la comedia americana como John Belushi, John Candy o Chris Farley, McCarthy convierte su cuerpo y su gestualidad en un torpedo lanzado contra la corrección, la mesura y la decencia. Es su espíritu incendiario, capaz de poner en jaque las normas impuestas por la disciplina de Hollywood, el que hace volar a 'Por la cara' más allá de sus límites aparentes.
A favor: El torrente expresivo de McCarthy.
En contra: Los giros dramáticos están menos conseguidos que los arrebatos cómicos.