La idea de Pete Docter (también director de Up y de Monstruos S.A.) toma un vuelo inimaginable y un sentido revelador cuando el mundo de la niña se altera por ciertos cambios en su vida, de ciudad, de colegio, de edad?, y todos esos movimientos de las placas tectónicas de la vida son dibujados con enorme precisión y emoción desde su interior, desde ese cuartel general donde operan sus muñecos emocionales. Es casi imposible explicar con mayor lucidez lo que nos sustancia como personas, y de un modo tan sencillo que cualquier niño se verá inmerso en la doble aventura de sentir lo que mueve a Riley y lo que le mueve a él mismo, pero es que cualquier adulto experimenta la conmovedora perplejidad de entenderse, aunque solo sea un poco y momentáneamente.
Es tan profundamente próxima y profunda que cuesta trabajo ver más allá de su emocionante explicación de los resortes que manejamos o nos manejan, pero si uno se distrae de la esencia y se fija en ese más allá, lo que hay es la creación de un mundo visual maravilloso, un escenario fantástico en el que ese Cuartel General está unido por hilos a todas esas islas propias que lo rodean y nos sujetan, la familia, los amigos, las bromas de infancia, aficiones, los «chicos», las «chicas», los recuerdos, tristes o alegres?, incluso nos explica cómo se pierden y a dónde van. Y llega hasta un tramo final rebosante de ingenio, de gracia, de explosiones de talento sobre las más evidentes verdades de la vida, esas que no se acaban de conocer nunca. Larga vida a Pixar.