El excremento cinematográfico
“The Human Centipede II (Full Sequence)” partía de una idea bastante interesante. Su repulsivo protagonista vivía obsesionado con la primera entrega, con construir su propio ciempiés humano que mitigase un trauma infantil repleto de abusos paternos y malos tratos. Este ejercicio de cine dentro del cine permitía a su director dar una nueva vuelta de tuerca a su propia criatura, permitiéndose el lujo de volver a ajusticiar a algunas de las víctimas de su predecesora, y convirtiendo el juego psicológico de esta –en realidad no había imágenes fuertes, era la perversa mente del espectador la que rellenaba los huecos- en un gráfico experimento fílmico donde el blanco y negro no evitaba que el color de las heces salpicasen a la cámara, y de paso al público.
Esta nueva entrega lleva el concepto de metacine mucho más allá. Tom Six cuestiona los ridículos e inverosímiles fundamentos de la franquicia y se mofa con descaro de su propia condición de cine de culto y del daño que según muchos puede ocasionar un tipo de cine que debería estar prohibido, pero sin dejar de reverenciarlo como serie B chusca que no se toma en serio a sí misma. Porque al fin y al cabo, tiene su público. Y esto es lo más destacable de “The Human Centipede III (Final Sequence)”, el giro hacia la autoparodia que Six le imprime al conjunto. Se permite hasta el lujo de incluirse a sí mismo en el producto como juego autorreferencial, y de autoproclamarse como la solución a los problemas del sistema penitenciario y al elevado índice de criminalidad de una nación tan pasada de rosca como la norteamericana, de la cual se convierte en un buen espejo en el que debería mirarse de vez en cuando.
Con respecto a lo demás, lo mismo de siempre. Es decir, un sin sentido de diálogos absurdos, en este caso tan extensos que hacen que a la cinta le sobren fácilmente cuarenta minutos, agujeros de guión a mansalva, y un aura de repulsión rodeando al conjunto, ya sea desde sus personajes –una mezcla de las dos mentes enfermas de los protagonistas de sus predecesoras, encarnadas de manera deliberada y exageradamente sobreactuada por los mismos actores- o desde la atmósfera malsana y asquerosa de la que Six hace siempre gala. Pero todo llevado al límite del cine zafio.
Y, cómo no, pura provocación. Porque aunque no resulte tan gráfica como la segunda, a excepción de cierta escena de castración, tiene ocurrencias atrevidas sobre la cincurcisión y la violación femeninas como potentes afrodisiacos que presuntamente deben tener gracia, pero que no la tienen. Es decir, nada que sus fans no esperen ver en ella, pero tan extremo en todo que hasta a ellos pueden sentirse defraudados. Para los que no, para los amantes de la mierda hecha cine, va dirigido este excremento cinematográfico, ni más ni menos. Los que apuesten por la dignidad humana, por favor, mejor que se abstengan, antes de descubrir el nuevo monstruo de Tom Six, la oruga humana. Nos está avisando. Éste no será el acto final de su macabra obra. Y yo aviso, es la peor de las tres. Ustedes mismos.
A favor: el giro hacia la autoparodia consciente
En contra: que no deja de ser una mierda para un público específico