Dos razas que ya no están en guerra: crítica y público
La saga “Transformers” ha venido de más a menos. Arrancando exactamente hace una década, Paramount Pictures probó suerte trasformando en productos audiovisuales los juguetes de Hasbro, aquellos gigantes metálicos que encuentran en el planeta tierra un salvaguardo provisional. El rol de joven insumiso de Shia LaBeouf, el aperitivo sexual que resultó ser Megan Fox, la extravagancia y exotismo de Michael Bay idealizando secuencias tan desternillantes como vistosas y las delirios narrativos implantadas en un guion fuera de órbita impartieron las reglas por las cuales las siguientes entregas se regirían, sin la posibilidad de un ápice de irregularidad. Chirriantes actos heroicos, mujeres demasiado sensuales apropiándose de roles demasiado sexuales, viriles y musculosos protagonistas, giros de tuerca incomprensibles y un pase directo para que un legendario actor de verdadero talante reclame su infrahumano estipendio y mande por la borda su prodigiosa carrera interpretativa. Ha quedado patente que no cesan los quejas sobre esta franquicia, sin embargo, el estudio no dimite la producción de la misma al ver la respuesta, irónicamente, positiva en taquilla, ocasionando una desavenencia de opiniones entre audiencia y críticos. No obstante, ha llegado la cinta que ha logrado converger estos dos polos opuestos en un punto exacto de bochornoso abatimiento, caracterizando a la más reciente entrega de Autobots y Decepticons con adjetivos como dilatada, cacofónica, inteligible y somnífera.
Navegando por más de siete escenarios, la historia sigue al protagonista consuetudinario Cade Yeager, acompañado de personajes cero habituales como, nada más ni nada menos, Merlín y los Caballeros de la Mesa Redonda, punto de arranque para el desarrollo de la trama; Vivian Wembley (Laura Haddock), la única descendiente viva que podrá empuñar su espada; Lennox (Josh Duhamel), un capitán militar que dificulta los objetivos de nuestros héroes, Izabella (Isabela Moner), una chica que cura Autobots introducida para, posiblemente, heredar la poco factible franquicia o la cantidad de spin-offs por venir; Sir Edmund Burton (Anthony Hopkins), fiel centinela del génesis de los Transformers; y los embrollos ideológicos de dos razas que están en guerra dentro de un mismo mundo, unos de carne y otros de metal.
Abiertamente, precisos son los compuestos a salvar en este mar de recovecos, innecesariamente, enrevesados y faltos de cualquier vestigio de atracción, generados por un cuarteto de guionistas con ambiciones altamente utópicas, las cuales porfían en oposición a una barrera narrativa en la que ya no se guardan las mismas expectativas. Tanta información que se desliza por escenarios nazis, alienígenos, mexicanos, cubanos, europeos, norteamericanos e inclusive medievales provoca que, ya sea desde agua, aire o tierra, el largometraje se sienta exageradamente más extenso que las previas explayadas películas. Los intervalos de acción se inscriben en la trama con álgida rigidez y no son lo suficientemente sugestivos para pretextar la casmodia maquinal que emerge desde mitad del relato y se intensifica con rapidez sobre el extenso clímax final. En cuanto a los diálogos, escritos a seis manos por Art Marcum, Matt Holloway y Ken Nolan; se pone en manifiesto la silvestre actualización entorno a las criticadas manías racistas y misóginas de la franquicia, las cuales son mejoradas al dotar al eye candy con títulos y doctorados de Oxford, lentes intelectuales y un provocativo vestido negro que patentiza que, en realidad, nada ha cambiado. El actor legendario en función es nuestro Dr. Hannibal Lecter de “The Silence of the Lambs”, quien parafrasea a despropósito sintéticas escenas entendibles sobremanera o retrata al sofisticado salvaguardia informativo Londinense, sin duda, el personaje más destacable entre todos los demás, por supuesto, los de carne y hueso.
Es envidiable el apoyo que brinda Paramount Pictures a Michael Bay para saciar sus idealizadas demencias fílmicas, unas grandilocuentemente materialistas y otras exageradamente rimbombantes. Envidiable porque, personalmente, siento una fuerte conexión con esta tipo de terminado, evidenciado también por Jordan Vogt-Roberts en la reciente “Kong: Skull Island”, claro, refiriéndome explícitamente al aspecto visual. Propagando con una llamativa parafernalia comercial, la quinta entrega en la saga es la primera en ser filmada, enteramente, en IMAX, dispositivos de última tecnología que otorgan imágenes majestuosas, haciendo gala de capacidades técnicas que bordan lo espectacular. Sin lugar a dudas, el talento de este director radica en la cinematografía de la escena, el saber encajar piezas precisas que, aquí, se ven perjudicadas por la arrítmica labor de edición, haciendo énfasis en las variaciones de relación de aspectos que sufren las secuencias, un distractor no deliberado. Explosiones fugaces, persecuciones frenéticas, coñazos de metal, cuadros brillosos y escenarios de ensueño desfilan por la pantalla, un espectáculo de cine veraniego con carencias de montaje y emoción.
Anunciado con antelación, el retiro de Bay y Wahlberg de la franquicia de los “Transformers” da aires de esperanza para reestructurar las poco probables entregas venideras, puesto que, lo conseguido con “The Last Knight”, pone en riesgo los proyectos del estudio, viendo la desfavorable recepción tanto de crítica como de audiencia. Sin embargo, no se le puede catalogar como un absoluto bodrio cinemático, ya que, aunque contiene falencias equivalentes al valor de producción en los campos de montaje, banda sonora y guion; lo que hace el director y su equipo artístico con las escenas merece el suficiente mérito para solapar los bostezos e intentos de siesta dentro de los teatros. Sí, esta es la única razón para asistir a los teatros, estas advertido, experiméntala en salas IMAX, con la pantalla más grande y la posición más apropiada. Siéntese, abróchese el cinturón e intente disfrutar de este chocolate metálico concebido por Bay.