No logras fascinarte ni embelesarte ni enamorarte de Amadeo tan profundamente, con tanta vehemencia como lo hace nuestro protagonista y esa es la gran pena, la irreparable pérdida de esta película; no eres capaz de captar la importancia, belleza de las sentencias narradas de su libro a través de tu órgano auditivo -ese instante es demasiado rápido y fugaz-, es necesaria una lectura propia de la obra escrita -como realiza magníficamente, y con gran pasión y sutileza nuestro veterano Jeremy Irons- o más de un visionado del relato para poder descifrar todo su contenido y entender, vivir la transformación que sufre nuestro aburrido profesor con su misma intensidad e insimismamiento. Y, dada esa distancia emocional, desapego sensitivo simplemente queda la curiosidad de conocer la vida, la peculiaridad de sus aventuras e infortunios, saber de su actualidad presente; pero con la nula posibilidad de implicarte sugestivamente, de meterte en la piel de este maduro maestro y sentir una afinidad completa que anule temporalmente tu persona. Un alejamiento que impide un disfrute total y completo de esta hermosa y bella película, de su revolucionario relato, de ese deseo irresistible-seducción espontánea que te fuerza a subir a un tren, abandonar tu rutinaria vida y seguir unos desconocidos e impulsivos instintos que no sabes dónde te llevarán. El director pone todo su empeño, el guionista realiza una buena adaptación, nuestro mencionado actor consigue una interpretación delicada, exquisita y de gran suavidad y delicadeza, todos los personajes de la obra ofrecen una correcta aportación..., pero la pasión, fascinación, encantamiento de nuestro investigador personal es únicamente observada, oída desde el anfiteatro pero no vivida o sentida desde el propio escenario como el actor protagonista y esa es la gran pena, la irreparable pérdida de esta película. Siempre queda la posibilidad de leer la obra -cosa que no descarto- y quedar atrapado, hipnotizado como nuestro pequeño pero atrevido Indiana Jones aventurero.