El negocio de los Wachowski
En un momento de su última película, los Wachowski ponen en boca del villano lo que significa el negocio del cine, una inmensa maquinaria de hacer dinero cueste lo que cueste, aprovechándose de quien se cruce por su camino. No es casualidad que estos dos hermanos condenados por parte de los espectadores y de los productores a repetir el éxito de su ambiciosa epopeya matricial carguen de esta manera sutil contra la industria del entretenimiento, pues tan pronto estuvieron en lo más alto como tocaron fondo en sucesivos trabajos.
Pero por mucho que arremetan contra la misma industria que les da de comer en forma de superficial discurso capitalista, lo cierto es que la culpa de que no hayan vuelto a levantar cabeza es suya y solamente suya. Porque es sólo culpa de ellos no haber sabido aprovechar los generosos 170 millones de dólares que Warner, que mima más la autoridad de sus cineastas antes que el mero hecho de amasar millones, para narrar algo mínimamente interesante y entretenido.
Lo único que puede salvarse de esta “El destino de Júpiter” es su factura técnica. Efectos especiales de infarto, un gran trabajo de maquillaje, vestuario, un excelente sonido, una solvente banda sonora a cargo de Michael Giacchino… Su abultado presupuesto se nota en cada detalle de la producción, y lo que los hermanos obtienen es un espectáculo de pirotecnia visual para ver con la boca abierta y en pantalla grande. Pero entre tanta escena de acción frenética pero reiterativa, conflicto fraternal no resuelto, bienvenido cameo sorpresa montypythoniano y boda bizarra, “El destino de Júpiter” se ve frustrada por un guión que ya acusa importantes agujeros desde su presentación, al minuto de arrancar la proyección. Personajes pésimamente dibujados, situaciones que deberían ser graciosas pero resultan vergonzosas, y una sensación general de no creerte nada de lo que te están contando. Los actores hacen un esfuerzo y un acto de fe por creerse la trama, pero es la más floja de la función, Mila Kunis, la que viene a sintetizar la sensación del público con su “No me j****”constante.
Y, encima, los Wachowski intentan vendernos de nuevo la historia que les hiciera famosos hace casi 15 años. Es decir, la del elegido que debe salvar a la Humanidad de ser cosechada por una raza superior que incluso puede alterar nuestra percepción de la realidad a su antojo. Esta vez sin chispa, sin una mezcla de géneros y estilos coherente y que funcione –aquí también está “Dark City” como una de sus referencias, mezclada con otras del género como “Dune”-. Uno se pregunta si aquella alegría que supuso “El Atlas de las Nubes” no fue en realidad fruto de la presencia de Tom Tykwer, y si estos dos hermanos no tuvieron ya su momento de gloria y realmente carecen de verdadero talento. Lo peor de todo esto es que, en su idea de negocio, los que salimos perdiendo somos los espectadores que pagamos por ver este monumental bodrio aburrido e insustancial bañado de atractivos fuegos artificiales.
A favor: su factura técnica
En contra: todo lo demás