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    El muñeco de nieve
    Críticas
    2,0
    Pasable
    El muñeco de nieve

    Frialdad malentendida

    por Alberto Corona

    La novela original de Jo Nesbø, parte de un canon centrado en las aventuras detectivescas de Harry Hole, suponía en sí misma un material puramente Tomas Alfredson. Este director sueco, pese a contar con poco más de cinco películas en su filmografía —y sólo con dos conocidas fuera de su país—, ya había conseguido adueñarse de un estilo propio antes de El muñeco de nieve, uno fundamentado no sólo en esa frialdad que sus propuestas parecen necesitar orgánicamente, sino también en la emoción que late bajo ella, y que cuando por unos segundos se permite salir resulta dolorosa para todos. En Déjame entrar (2008), con ese romance fundamentado en la soledad y la violencia, la frialdad se resquebrajaba poco a poco, hasta su estallido en la escena de la piscina. El topo (2011) pretendía disimularlo más, pero era incapaz de resistirse a la voz de Charles Trenet y ese La mere que luego popularizaría Bobby Darin con Beyond the sea. El muñeco de nieve tenía los mimbres necesarios para un ejercicio parecido. 

    Sobre el papel, el film no sólo pretendía ir de un asesino en serie y los esfuerzos para desenmascararle. El prólogo del film protagonizado por Michael Fassbender, sin ir más lejos, es toda una declaración de intenciones en ese sentido, prometiendo una tragedia de la que luego no encontramos sino simulacros a lo largo del metraje, paralelamente a una puesta en escena impaciente que ya pronostica lo errático del guión, siempre en pos de abrazar una auténtica película de Alfredson que nunca llega a materializarse. El montaje es rápido, brusco, el guión es obscenamente explicativo, y nadie parece encontrar nada que pueda emocionar, o interesar mínimamente, al espectador. Ni siquiera se esfuerza demasiado el propio Fassbender, y eso que su Harry Hole prometía ser el reverso oscuro y costumbrista de ese hiperbólico Hércules Poirot que, interpretado por Kenneth Brangh, se nos viene encima con Asesinato en el Orient Express. Sobre el papel, claro. Todo sobre el papel. 

    Más allá de ciertas soluciones visuales de cierta elegancia —contrastando con otras absolutamente inadmisibles, como ese encuentro cuasi amoroso entre Fassbender y una Charlotte Gainsbourg que parece recreada por CGI—, lo que encontramos en El muñeco de nieve es una absoluta torpeza en todos los aspectos técnicos, y una desidia bastante llamativa en lo referente al tema narrativo. Los actores se mueven por las escenas deseando pasar rápido a la siguiente, hay flashbacks diseminados arbitrariamente por el metraje, el desarrollo de la investigación es previsible y, aún así, lioso... Lo que se dice un desastre, que más enervante se vuelve cuanto mayor es el esfuerzo que depositas en tratar de rellenar los agujeros de la trama, y más doloroso se revela cada vez que recuerdas quién está tras las cámaras. 

    Porque, si hay algo peor que un thriller aburrido, es percibir que éste no se está esforzando lo más mínimo, pensando que con el escenario nevado, el gore sin imaginación y los retumbantes efectos de sonido —es vergonzoso cómo últimamente las películas se esfuerzan en disimular su vacuidad destruyéndote los tímpanos, o si no que se lo digan a Andy Muschietti y Denis Villeneuve— bastará para hacer del suyo un visionado estimulante, o al menos uno que nos haga pasar un rato entretenido. El muñeco de nieve no lo consigue, pero el director sí logra que la frialdad finalmente traspase la pantalla, y nos contagie. 

    A favor: La naturaleza maniquea del misterio, que permite al espectador avispado ir por delante de los protagonistas. 

    En contra: Cuando descubres que Martin Scorsese ha producido esto, y el descalabro artístico es total.

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