El amigo americano
por Gerard CasauDurante años, James Gray ha dado sentido a aquella frase de “nadie es profeta en su tierra”. Ninguneado en Estados Unidos, el director encontró en Francia un hogar adoptivo en el que sus películas eran bien recibidas (con la excepción de Cuestión de sangre, su debut, toda su obra ha sido presentada en la sección oficial de Cannes), y que incluso ha aportado capital para que levantase sus proyectos. Así, la presencia de Gray como productor ejecutivo y co-guionista de Lazos de sangre puede entenderse como un gesto mediante el cual el cineasta devuelve ciertos favores a Francia, actuando como un “amigo americano” que ayuda a Guillaume Canet a cruzar el charcho encaminándose hacia la tradición del cine policiaco estadounidense.
En realidad, podría argumentarse que la única razón de la existencia de este filme es actuar como fotocopia de aquello de lo que sus autores (y, con toda probabilidad, los espectadores) han visto y aman. La identidad de la película se diluye, presentándose como un remake del thriller francés Les Liens du sang (protagonizado por el propio Canet), a su vez una adaptación de la novela Deux frères, flic & truand, de Bruno Papet y Michel Papet. Y si la primera versión disfrutaba recreando escenarios grisaceamente europeos, Lazos de sangre dedica todo su esfuerzo a encontrar esa luz ocre que parecía quitar color al thriller americano de los setenta.
El peso de la familia en el seno de esta historia sobre la tensa relación entre los dos hermanos que encarnan Clive Owen y Billy Crudup, policía y criminal ex-convicto respectivamente, encaja con naturalidad en el imaginario desarrollado previamente por Gray. Pero la dirección de Canet nunca adquiere la gravedad fúnebre ni el espesor dramático que acompaña a las imágenes de su colega, y confía toda la responsabilidad en un reparto que, por si solo, da autoridad a la película (Owen, Crudup, Marion Cotillard, Mila Kunis, Zoe Saldana, James Caan, Matthias Schoenaerts, Lily Taylor...).
Canet se convierte en un pastor del noir, guiando las escenas como si estas fueran ovejas, y bastara con conducirlas hasta un lugar seguro donde los tiroteos y las confrontaciones verbales y físicas se desplieguen según lo esperado. La efectividad suple la falta de imaginación, y el cineasta lustra su efecto retrovisor ahogando la banda sonora en una selección de infalibles éxitos pop, rock y soul de la época. El hecho de que la película empiece con la imagen de una aguja haciendo sonar un vinilo ya anuncia la nostalgia del realizador por una época en que la música poseía una relación física con quien la escuchaba. En ocasiones, los caprichos del director-DJ caen en lo puramente cosmético y trillado (a estas alturas, hacer sonar “Heroin” cuando un personaje recae en su adicción a las drogas debería ser motivo de cese), pero en otras la música proporciona a Canet algunos instantes de intimidad y complicidad entre sus personajes. Así sucede cuando Mila Kunis pone en el reproductor un 7” de “Crimson and Clover” para ambientar su primer encuentro romántico con Clive Owen. O, sobre todo, cuando este observa disimuladamente a su hermano cantando el “Do What You Gotta Do” de Al Wilson. “Me encanta esta canción ¿la conoces?”, pregunta Crudup. “¿Cómo cojones voy a conocerla?, contesta Owen, refiriéndose a los años que ha pasado entre rejas. Un destello que dice más de la intrahistoria que une y separa a estos hermanos que el sinfín de lugares comunes que recorre la película.
A favor: Uno de esos repartos que parecen reservados para las grandes ocasiones.
En contra: La película se instala cómodamente en un brillo superficial y previsible.