Una película sin alma ni corazón se convierte en una sucesión de imágenes sin sentimiento que te cuentan una historia que nunca logras hacer tuya, de la que no participas, la que observas y oyes desde una lejanía emocional que anula cualquier posible fascinación por ella y rompe toda posibilidad de empatía, conexión y disfrute pasional hacia la misma.
Y esta película es el típico ejemplo de ello, correcta en la narración y en la interpretaciones, con una cuidada fotografía y una esmerada ambientación, todo ello sobre la base de una relato de época donde el sueño de la libertad de un matrimonio forzoso a través del asesinato para yacer de locura y frenesí junto al ardiente amante deseado se convierte en una cárcel insoportable de conciencia agónica que arrincona y maltrata a los verdugos hasta hacerlos desfallecer y transforma ese idílico y ferviente amor incondicional en odio, asco y repugnancia sobre uno mismo y su tan perseguido y devoto nuevo marido pero..., que simplemente no funciona.
Charlie Stratton cuenta con todos los ingredientes necesarios para realizar un ejercicio soberbio de seducción, frenesí, energía, emoción, con el atractivo juego de la mala conciencia, de los pesados remordimientos, de unos horribles pensamientos llevados a la práctica, la terrorífica sentida verdad de una realidad cumplida, la pesadilla de una lujuriosa fantasía que toma forma y se convierte en martirio insoportable con el que vivir pero..., falla.
La fuerza y trayectoria de la obra de Émile Zola debilitada en su formato de pantalla, pérdida incomprensible en una conversión que es fiel a la letra pero se olvida de su espíritu, de su carisma, de plasmar con potencia y carácter las ansiosas, desesperadas y furtivas sensaciones que mueven a los personajes, un descubrimiento del placer muy apagado y descafeinado, soso e infructuoso combinado con un infierno moral y ético más logrado pero que no mejora un resultado que se queda en ensayo no perfeccionado ni encumbrado cuya performance no motiva ni fascina, orquesta que actua de memoria sin lograr levantar expectación en el público o un entusiasmo llamativo, sólo un moderado observar y seguir uno pasos que tampoco sorprenden pues son un clásico dentro del género en el cual se mueve.
Saber tocar un instrumento no es sólo pulsar las notas en el orden adecuado, no si quieres la implicación e ilusión de la audiencia expectante, transmitir la esencia y vivencia de la historia narrada es mucho más que combinar los ingredientes de manera oportuna, es sentir-palpar-vibrar con cada suspiro y aliento, no recitar el texto sin excitar al oyente por mucho esfuerzo, esmero y dedicación que se tenga por parte de todos los implicados; algo falla ante tan enorme y garrafal distancia que provoca una desconexión anímica no compensada con la percepción visual que, sí, muy lograda y conseguida pero cojea de lo más importante, de haber perdido su sustancia y comunicación sensitiva por el camino, olvido que recae sobre el pobre y nimio recuerdo que deja en la memoria del espectador.
"In secret" está lo que pudo haber sido y no fue, "vox populi" es el lamento de su rendimiento pues ofrece alicientes certeros para un logro más consistente, sombra alargada que no encuentra su redil por mucho que lo intente y, empeño hay, sólo que no le sacas apenas jugo.
Sensación de tristeza, no por los hechos vistos sino por la amarga decepción y sensación dejada.