Sexo, mentiras y muchas pastillas
por Paula Arantzazu RuizEn ese interminable adiós que lleva años practicando Steven Soderbergh, el cineasta de Atlanta nos está regalando un buen puñado de películas memorables. No es que el director vaya a abandonar tras 'Efectos secundarios (Side Effects)' por completo su trabajo –en posproducción se encuentra ‘Behind the Candelabra', un ‘biopic' sobre el músico y showman Liberace, con Michael Douglas y Matt Damon como protagonistas, mientras que acaba de anunciarse que prepara una miniserie de doce horas basada en la novela satírica de John Barth de 1960 ‘The Sot-Weed Factor'-, pero por lo que parece se marcha de Hollywood y deja atrás las peleas de palacio. Habrá a quien irrite la pose de Soderbergh; personalmente me parece divertida y muy de acorde con la conducta ambigua que ha mantenido el director a lo largo de toda su carrera.
De un tiempo a esta parte, no obstante, parece que Soderbergh es más directo en sus intenciones. Pienso en la infravalorada ‘Magic Mike', en esa otra celebración del cuerpo que es ‘Indomable, en la divertidísima ‘¡El soplón!' o en 'The Girlfriend Experience', su trabajo sobre la figura de la enigmática Sasha Grey, cuerpo sobre el que proyectaba en esa película el deseo masculino y el deseo del capital. Hay una estrecha vinculación entre aquel filme y el que nos ocupa, ‘Efectos secundarios', un noir sobre la industria farmacéutica que, a la postre, nos está hablando de cómo el capital lo destroza todo y de cómo el sistema, sea como sea, siempre acaba imponiéndose y triunfando. En su estreno en el último Festival de Berlín hay quien la comparó con el cine de Brian de Palma; incluso hay quién deseó que el guión de Scott Z. Burns hubiera caído en manos del director de ‘Doble cuerpo'. No creo, por el contrario, que nos encontremos frente a una parodia del mismo cineasta y de cierto noir contemporáneo, por mucho que la película acabe tomando derroteros inusitados dentro del propio cine de Soderbergh. Ya en ‘Magic Mike', el director demostró saber apartarse de su asepsia estética y dejarse llevar por la imagen, el cuerpo, el deseo, en definitiva. La comparación con De Palma, sin embargo, no resulta gratuita aunque, a mi juicio, considero ‘Efectos secundarios' un trabajo decididamente clásico que roza lo hitcockiano. ¿Las razones? Muy sencillas: si a principio la película maniobra a partir de la premisa de la mujer perturbada (Rooney Mara) y los interrogantes por saber qué le pasa, a mitad de película cambia el punto de vista del narrador y se diría que el personaje de Mara casi deja de existir una vez la mascarada se descubre. Sin contar, por supuesto, el asesinato que tiene lugar en el primer tercio del filme y lo precipita todo... ¿El ‘Psicosis' de la era de la ansiedad y la automedicación? En todo caso, un originalísimo y, aquí sí vale bien el tópico, milimétrico noir.
Y es que en ‘Efectos secundarios' Soderbergh controla a la perfección el ritmo y el tempo del suspense, llevando al espectador de un interrogante a otro, de una sorpresa a otra mayor, sin permitirle una mínima empatía con alguno de los cuatro protagonistas. Bajo su alias de Peter Andrews, el cineasta filma a una gélida sociedad sin escrúpulos, capaz de todo por el estatus social y económico; mientras que tampoco esconde una severa crítica hacia la veloz y la cada vez más cruel a nivel emocional sociedad que nos rodea, obtusa en reclamar a los ciudadanos resultados económicos de los que beneficiarse exprimiendo nuestra salud mental. Soderbergh lo muestra sin aspavientos ni solemnes declaraciones de intenciones, sino evidenciando de manera llana en tres o cuatro secuencias consecutivas que nada mejor que un buen cóctel de medicamentos para poder mantenerse firme en el hostil entorno en el que nos ha tocado vivir.
En última instancia, la industria farmacéutica es uno de los objetivos del cineasta, pero no el único ni el primordial. Porque de lo que se trata no es de la denuncia de la corruptela de quien mercadea con la salud de los demás, sino de señalar que el sistema nunca dejará caer a uno de los suyos. Al hombre blanco, anglosajón y heterosexual. Quien no pertenece al grupo dominante, como en todo buen noir que se precie, acaba sufriendo el castigo. Y, lo notamos, no es algo del agrado de Soderbergh.
A favor: Casi todo, pero sobresale Catherine Zeta-Jones como perversa vampiresa contemporánea.
En contra: Que quede algo deslucida por el hiperactivismo de Soderbergh.