Aniquilación masiva de todo lo que se pueda, incluido un argumento, poco inspirado/apenas trabajado, que ni atemoriza ni acojona, sólo acumula escombros.
¿Hasta qué punto es un poco exagerada la destrucción?, ¿cuál es el límite a partir del cual, la aludida e indiscutible líder de la contienda, ya es desproporcionada y abundante en exceso?, ¿no hay línea de saturación?, ¿siempre se cumple, cuánto más mejor?
Edificios caen a malsalva, por doquier tantos como se quiera -entendible por la sobreabundancia de los mismos en el terreno que se pisa-, el suelo se abre, las montañas se parten, las carreteras desaparecen, un tsunami de acompañamiento, los caminos para encontrar a la familia se complican y las rutas varían según imprevistos y accidentes, pericia de actuar, por instinto e inteligencia, de padre listo que enseña a su hija a sobrevivir y salir adelante.
Pero a la mínima alegría, segundo de pausa para respirar, hablar un poco y calcular, volvemos al machaque incesante, de un inesperado golpe, que sacude e inicia de nuevo la lucha y pelea por la supervivencia, otra vez, sin descanso ni tregua.
La acción es buena, impresiona y sobrecoge, los efectos especiales bien proporcionados, repartidos y usados, tenemos la parte sentimental y afectiva que cumple con el requisito esencial que lo pone todo en marcha -al tiempo que también lo concluye-, y volvemos al meneo y trasiego que no cesa ni un momento; por ello, la gran cuestión es ¿se han excedido en el golpeo continuo de desastres tras calamidades o, el público quiere, reitero, cuánto más mejor?, ¿la adrenalina y tensión se mantienen o, llega un punto en que ya colma, abarrota y sus efectos se enfrían y atenúan?
"Sólo te apoyas en algo fuerte, te proteges, es el triángulo de la vida", y ese es Dwayne "The Rock" Johnson, con su musculado cuerpo intentando hacer una interpretación más allá de su fuerza, de su correr, de su rescate como héroe indiscutible que siempre cumple y llega a tiempo pues, "...,señora, hago mi trabajo, voy donde me digan que vaya"; entereza, honestidad, valentía y honor, todo en uno como estandarte de esa luz que ilumina la desesperación, cuando ésta está apurada y ve le llegada de su salvador, en el último segundo, antes de casi sucumbir y pasar al olvido de los muchos muertos en la susodicha cinta.
Pero eres la mujer, hija o familiar del protagonista, o el íntegro extraño que no las abandona, por tanto, tranquilos, estáis en la lista de los que son recordados, que tienen tiempo para la complicidad y serán titulares de ese reencuentro feliz, excitante y entrañable, que se resiste para crear emoción y algo de incertidumbre, pero que todos sabemos, con evidente certeza, que tarde o temprano llegará.
Porque el formato es claro y obvio, también su recorrido y final, por consiguiente, el relleno de en medio ¿es entretenimiento pleno y consistente, pobre y deficiente o desmesurado y extremo?
"¿La pregunta no es si puede ocurrir, sino cuándo?", porque la falla de San Andrés va a liarla, eso está claro, va a explotar y derruirlo todo a su paso, sin contemplación, sin permiso, sin espera, tópica performance, no se sale un ápice de lo previsto, donde sus diálogos van sobrados de carencias en una comunicación que exhibe simpleza agónica dado que, si están distraídos con el siguiente rascacielos a caer ¡para quer molestarse con un guión decente y atractivo en aquello a expresar!, aquí lo importante es la desolación, ruina y violencia ¿no?
Cine de catástrofes naturales, cuyo motor es la acción frenética, que ameniza y ambienta la velada, pero ni tienta ni atrapa en su explicación -inverosímil la parte técnica y científica-, ni seduce ni emociona en la parte humana -no golpea sensibilidades ni llega al corazón-, prototipo de elementos esperados, en los eventos consabidos y memorizados incluso ¡antes de verlos!, que linealmente sigue trayectoria fotocopiada de previas muestras donde elegir y que, impresiona la vista, la sacia, e incluso rebasa el cupo de lo suficiente ante la inferioridad de su argumento y contenido.
"¿Qué vamos a hacer ahora?, reconstruirlo" o dejarlo como validez mediocre de pasatiempo moderado que divierte y recrea al no ser muy exigente; sólo viendo desplomarse las construcciones y sus manzanas enteras ¡puede valer la pena como temporal regocijo!, ¡que más da lo cutre del sentimiento compartido!, ¡a destruir, romper y desolar!, si mola hacerlo con los meccano, ¡imagina con ciudades a escala de Pinypon!
Aunque, si te pones a pensar, recordar y comparar, ¿alguién se acuerda de "El día de mañana" de Jake Gyllenhal?, mejor no hacerlo, preferible no seguir por dicho camino si no se quiere perder la medio sonrisa, contenida en su complacencia, que deja ésta.
Sin sentimiento, únicamente destrucción