"Había una vez, en un reino muy lejano, una pequeña villa al borde del bosque y, en esa villa, vivía una joven doncella y jovencitos sin preocupaciones y un panadero sin hijos con su esposa; un día, el panadero y su esposa se encontraron con una bruja..." y empieza la deslumbrante enajenación y bello embelesamiento del relato del cuento pero ¿qué pasa si su fascinante historia no hipnotiza, ni hechiza ni provoca magia alguna?, ¿qué hacer cuando esa fantasía recreada para trasladar tu presencia al atractivo reino de la luz, el color, de la brujería, del encantamiento, de la más sutil inocencia hallada, del más allá no provoca hermosa seducción?, ¿no matamos la esencia y alma de la historia y todo su ímpetu relatado?, y este languido fallecimiento ¿lo ejecuta el torpe receptor o el inepto creador?
Porque la idea es atractiva y apetecible, coger los relatos de los hermanos Grimm, La Cenicienta/Caperucita/Jack y las habichuelas/Rapunzel y hacer una borrachera narrativa done alterar todas las piezas, removerlas, volver a barruntarlas, agitar la coctelera y esparcir el asombroso resultado de espléndida armonía y encaje sobresaliente; sólo que, Rob Marshall, en su desmedido afán de superar el borde de lo establecido, de lo asimilable con alegría, encanto y dulzor por el público, trasciende la apetencia generosa y alarga la inventiva con 50 minutos de más donde el caos se apodera de la escena, todo se vuelve del revés, los personajes saltan a otras historias, se entorpecen mutuamente, tu paciencia empieza a incordiar y a aliarse con su homóloga contraria y toda la efectividad aplaudida y sobria previa da paso a un exceso y superávit que sobrevive a tu desinterés por los pelos, un distanciamiento y desapego inapropiados dada la ilusión, sonrisa y placer de su acogida y primer abrazo.
Un íntegro musical que barrunta narraciones dispares que beben de fondo común con elegancia y decoro, con actrices y actores conocidos que resuelven la papeleta con mayor o menor pericia y estilo, gracia y habilidad generalizada de performance exquisita y melodías realizadas con aplaudidas letras de sonoridad grata, recreación esmerada de ese centro volcánico donde todo se baraja y explosiona, el interior de un exclusivo bosque que juega a confundir, engañar y urdir su propia fábula imaginada y que logra entusiasmar y emocionar con verídica complacencia a su público expectante hasta que, su propia insolencia y ego sin control le llevan a saturar lo acertado y salirse de los márgenes de una pictografía fabulosamente decorada y confeccionada hasta el momento.
"La casa de mi padre fue una pesadilla, la tuya un sueño, quiero algo entre medias", equilibrio que no ha sabido encontrar James Lapine para parar a tiempo cuando los frenos aún funcionaban, unas luces de alerta que obvio por la confianza que le otorgaba el musical de Broadway del que nace y alimenta esta película, éxito no trasladable al presente filme pues, si pieza por pieza -vestuario, maquillaje, actuación, canciones, escenografía...- reciben tu galardón más honorífico y loable, no puedes evitar admitir, si no quieres navegar por las arenas movedizas del engaño popular, que la función funciona, valga la reiteración, en su primer acto pero que en el segundo, el descanso no ofrecido en su requerido intermedio y necesario diestro final surge como almohada suculenta y cómoda en la que reclinarse y perder esa concentración tan sugerente hasta entonces sentida, se tensa y abusa tanto del hilo que las habichuelas se mustian, Cenicienta prefiere seguir barriendo, Caperucita ya no quiere su capa, Rapunzel coge las tijeras y asesina su pertrechado cabello y el Príncipe va de flor en flor encandilando a las damiselas; se sobrepasa la resistencia, abusa de la velocidad y no hay airbag que amortigüe el choque, no es siniestro total pero nos hemos cargado el chasis tan hermoso que lucía y su motor a excedido las revoluciones que era capaz de sobrellevar y soportar.
"¡Desearía...!, ¿seguro que quieres lo que deseas?, porque ha esta invención imaginativa de lustrosa recreación le sobre narrativa y duración, una recarga innecesaria dado el buen camino que llevaba.
"Cuidado con lo que deseas porque los deseos se hacen realidad, ¡aunque no gratis!; cuidado con los hechizos que lanzas, no sólo a los niños pues, a veces, los hechizos pueden durar más allá de lo que puedes ver y volverse contra ti; cuidado con los cuentos que cuentas, esos son los hechizos que los niños escucharán...", no te preocupes, para entonces, ya hace rato que te habrás dormido pues el sueño te habrá vencido.