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    El Gran Hermano italiano

    por Eulàlia Iglesias

    Tras despojar el cine sobre la mafia de cualquier tipo de aliento trágico o glamuroso, el director de Gomorra entronca en su nueva película con esa tradición de comedia italiana que mantenía un pie en el retrato neorrealista y el otro en la crítica social. Como la adaptación de la novela denuncia de Roberto Saviano, Reality está ambientada en Nápoles, aquí una ciudad más cercana a la exuberante, barroca, popular y colorista Roma de Fellini que a esa urbe estructurada por el crimen organizado del film anterior de Garrone.

    Luciano, un pescadero con el desparpajo y el sentido del espectáculo de un actor de comedia, sueña con participar en la versión italiana de Gran Hermano, aspiración sustentada por su familia y vecinos. Garrone muestra cómo su protagonista va desconectando de la realidad cotidiana para integrarse a esa telerrealidad de la que aspira formar parte, el ascensor directo a la fama mediática. En una analogía más que evidente, el director compara el comportamiento de Luciano con el de los devotos religiosos. Si el cristiano vive como si Dios siempre lo estuviera juzgando, el pescadero empieza a actuar en su intimidad como si ya se encontrara dentro de la casa donde el Gran Hermano todo lo ve.

    Luciano podría ser un heredero de esa Anna Magnani que en Bellissima de Luchino Visconti se obsesionaba con que su hija participara en un rodaje en Cinecittà, o de la protagonista de El jeque blanco de Federico Fellini, una recién casada que viajaba a Roma con el secreto deseo de conocer al intérprete de su fotonovela preferida. Garrone remata esa fascinación alienante del pueblo italiano por el mundo del cine y la televisión como vehículos de legitimación social que ya mostraban algunos directores italianos a finales de los cincuenta. En su caso, la denuncia se hace más evidente: la misma ciudad que en Gomorra vive subyugada por ese poder en la sombra que es el crimen organizado, aquí está obnubilada por el mundo de la televisión, controlado en ese país hasta hace bien poco por el poder político. Garrone filma el progresivo desplazamiento de Luciano hacia esa realidad virtual a través de unos ostentosos planos secuencias que parecen situarlo siempre en el centro de un gran espectáculo público. Esta ampulosidad en la puesta en escena le queda grande a un discurso demasiado simplista sobre la fama mediática y el poder alienante de la televisión.

    A favor: Aniello Arena, el intérprete no profesional que Garrone encontró en una cárcel y aquí se convierte en un más que digno sucesor de un Totò o un Alberto Sordi.

    En contra: Esa crítica tan obvia a la "caja tonta" y sus supuestos peligros.

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