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    César debe morir
    Críticas
    2,5
    Regular
    César debe morir

    Atrapados sin salida

    por Carlos Losilla

    Deberíamos preguntarnos qué diríamos de César debe morir de no saber que es una película de los hermanos Taviani. Seguramente la aceptaríamos como un modesto ejercicio de cámara, entre la ficción y el documental, sin preguntarnos mucho más. O quizá abjuraríamos de ella como uno más de esos juegos metaficticios, entre la ficción y el documental, que invaden el cine de ahora mismo. Viniendo de quienes viene, sin embargo, la cosa es muy distinta. Recordamos Allonsanfan (1974), Padre, patrón (1977), La noche de San Lorenzo (1982) o incluso la frágil y emotiva Las afinidades electivas (1996) y es inevitable que lleguemos a una de estas dos posibles conclusiones: primera, he aquí otra reflexión de los Taviani sobre el presente y su relación con la historia, o sobre las relaciones míticas que se establecen entre nuestro tiempo y los que nos preceden, o sobre el compromiso político en clave de rebelión, o sobre cualquier otro tópico con los que suele caracterizarse la obra de los dos hermanos; segunda, he aquí una muestra de la decadencia de los Taviani, que se apuntan a la moda del "documental de creación" no demasiado convencidos y les sale una película a la vez patética, por su desesperado intento de estar al día, y fuera de onda, pues es evidente que no lo consiguen y el resultado tiene un sabor a rancio que juega permanentemente en su contra.

    Si me preguntan a mí, les diré que yo veo un poco de las dos cosas, y perdonen esta actitud quizá pusilánime. Verán, es cierto que esta recreación de una representación del Julio César de Shakespeare en la cárcel de Rebibbia, a cargo de los propios presos, adquiere ecos sin duda atractivos, pues contempla progresivamente la identificación de esos hombres con sus papeles, y por lo tanto su liberación simbólica a través de la palabra, de la cultura, del aprendizaje de la historia. También es verdad que resulta a veces fascinante ver esos rostros curtidos, tallados como en piedra por la vida, recitar, haciéndolos suyos, los versos shakespearianos, versos que hablan de luchas y de traiciones quizá no muy alejadas de las que ellos han experimentado en la realidad. Pero tampoco puede negarse que el acercamiento de los Taviani es tímido en exceso, casi simplista, y que no van más allá de esa propuesta inicial. Como si hubieran decidido hacer una adaptación para todos los públicos de su mejor cine. Como si hubieran encontrado en el formato utilizado el gadget idóneo para atrapar determinadas sensibilidades cinéfilas contemporáneas.

    En efecto, hay algo de falso, de truco en César debe morir. Y también algo que depende en exceso de su bagaje, con lo cual la fórmula no acaba de cuajar. Quiero decir que vemos esos títulos de crédito del principio, que parecen salidos de alguna de sus películas de los setenta, y luego no los podemos relacionar con las innovaciones que pretende ofrecernos la película. Quiero decir que la forma documental elegida carece de matices, resulta repetitiva y, lo que es peor, nunca acaba de ir más allá de las máscaras, pues a los Taviani parece importarles más su juego privado que los cuerpos que filman. Quiero decir que la oposición entre el blanco y negro y el color no hacía falta, es demasiado evidente. Y también quiero decir que los momentos de mayor fuerza pertenecen a esos rostros, a esas voces, a ese modo de declamar y cómo va cambiando, adquiriendo fuerza. Ya lo tengo, pues: en la lucha entre el envaramiento de unos cineastas que no saben muy bien qué hacer con su material y la paradójica libertad de los reclusos está la fuerza, la poca fuerza, de César debe morir.

    A favor: la materia prima, la cárcel, los "actores" que se convierten en actores.

    En contra: la parálisis de los Taviani frente a un punto de partida tan complejo.

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