"El Cabo del Terror" es un notable film de suspenso dirigido por J. Lee Thompson y protagonizado por los grandes Gregory Peck y Robert Mitchum. El director J. Lee Thompson y el productor Sy Bartlett se reúnen en un nuevo proyecto cinematográfico, esta vez en el género de suspense con la primera adaptación al celuloide de la novela “The Executioners” (1957) de John D. MacDonald, sobre el acoso y venganza de un ex presidiario acusado de violencia sexual, que culpa a un abogado, de haber sido condenado a prisión hacía 8 años. El resultado sería un sólido y controversial thriller en donde se retrata cómo un delincuente sexual logra burlar el sistema judicial de Estados Unidos y a la Policía, aterrorizando a una familia completa. El guión de James R. Webb contiene una serie de elementos narrativos de la obra original, bastante bien llevados, que conviene detallar. En primer lugar, la exposición de un sistema judicial con recovecos y vacíos legales que permiten a un ex presidiario darse maña de molestar, acosar y aterrar a terceros con su presencia y supuestos encuentros fortuitos, en los que realmente no está cometiendo un delito y donde la Policía está imposibilitada de poder detenerlo y encerrarlo. Ello nos lleva a la paradoja de que a pesar de que Bowden es un abogado y experto en el uso de las leyes y su interpretación, se muestra absolutamente impotente de poder hacer siquiera algo para mantener a Cady lejos.
En segundo lugar, nos encontramos con la actitud de la sociedad, en la violencia contra la mujer. El segmento de la trama en que Cady golpea y amedrenta a la chica Diane Taylor, luego de haberla seducido y haber tenido sexo con ella, para que no lo denuncie, es reflejo de la ideología machista imperante que condena a la mujer abusada y la apunta con el dedo, en lugar de preocuparse en atrapar y castigar al agresor. Lo más grave de todo es que es ella misma la que renuncia a denunciar a su agresor y escapar en un bus hacia donde nadie la conozca y, por ende, se le pida explicaciones y recriminaciones, mientras Cady puede seguir caminando impune y descaradamente por las calles de la ciudad. En tercer lugar, lo anterior nos llevará a la desesperación del acoso. Bowden subestima a Cady en primer término al encontrárselo, pero paulatinamente se dará cuenta que lo que el ex presidiario busca no es sólo molestar y acosarlo a él y a su familia, sino vengarse con la persona más importante en la vida de Sam, su hija. Ello lo llevará a cometer una serie de impertinentes decisiones, que hábilmente Cady utilizará a su favor para complicar la situación de Bowden, como el de solicitar informalmente la ayuda de su amigo, el jefe de Policía, el de contratar a un par de matones que le den una buena paliza a Cady, y finalmente la elaboración de un peligroso plan para engañar al acosador sexual y acabar directamente con él.
En cuarto lugar, la naturaleza de la venganza de Cady, con la hija de Bowden. El abogado había participado como testigo de cargo en el juicio que condenó a Cady como delincuente sexual, y es precisamente ese tipo de crimen el que el ex presidiario pretende consumar con la menor. Un tema especialmente polémico, más aún a inicios de los 60s en que pocos directores se habían atrevido a tocar temáticas de acoso sexual en sus películas. Sin embargo, la solidez de la cinta no radicará solamente en este interesante guión, sino más bien en la habilidad de J. Lee Thompson para narrar con bastante dinámica la siempre arriesgada y descarada estrategia vengativa de Cady, desde sus inocentes y recurrentes apariciones en el quehacer laboral de Bowden hasta sus poco convenientes encuentros "fortuitos" con la familia del abogado, en el muelle y en sus jornadas de bowling, desde las primeras advertencias y amedrentamientos de la Policía en ser detenido por vagancia, hasta el del detective privado que Bowden contrata para seguir al ex presidario donde quiera que vaya y tratar de encontrar algo que pueda inculparlo, desde el acoso “superficial” de Cady a la hija de Bowden en el colegio hasta el asalto final a la mujer y la niña en la barcaza del abogado, en donde se producirá el tan recordado clímax entre ambos.
Las actuaciones son impecables, cuenta con dos protagónicos de lujo, Gregory Peck y Robert Mitchum, como el abogado Sam Bowden y el ex convicto Max Cady. Peck interpreta al epítome del hombre honesto y correcto, que ante la ineficiencia del sistema judicial y la impotencia de la Policía, toma decisiones incorrectas que ponen más en peligro a su familia, pero teniendo el coraje finalmente para enfrentar la amenaza. Por su parte, Mitchum estaría brillante como el delincuente sexual, que regresa para vengarse de Bowden, con una mirada tan intimidante como fría, en una de sus mejores actuaciones como villano. El reparto lo completan un joven Telly Savalas quién encarna al detective Charles Sievers, contratado por Bowden para averiguar más información penal de Cady. Y el ganador del Oscar Martin Balsam quién interpreta al jefe de Policía Mark Dutton. En el reparto femenino, nos encontramos a la ganadora del Premio Emmy Polly Bergen quién personifica a Peggy Bowden, esposa de Sam y a la joven Lori Martin como Nancy, la hija del matrimonio, actriz de 15 años que terminaría sufriendo cierto síndrome paranoico postfilm.
En definitiva, un entretenido y sólido thriller psicológico, con una esencia polémica y rompedora en su época de estreno, a inicios de los 60s. Toda la parte en interiores es potentísima a nivel narrativo y en cuanto a la creación de la tensión que culminará en el segmento que tiene lugar en la casa flotante, un tramo que destaca especialmente por su hermosa fotografía en blanco y negro y ambientación. Acompañada de la magestuosa música de Bernard Hermann, y un más que correcto duelo interpretativo de Gregory Peck y Robert Mitchum.