Está bien querer alcanzar una meta alta, ilusión por una culminación brillante en tu primer proyecto; pero, Ridley Scott -o más bien, Cormac McCarthy, a cada cual lo suyo- peca de soberbia y pedantería sobre el nivel alcanzado en su trabajo realizado. Rodeado de ilustres y potentes actores, confía demasiado en su peso interpretativo -es lo mejor y único a apreciar-, en sus duelos enlazados obviando que el guión, los diálogos no están a la altura de la fuerza, robustez del intérprete correspondiente. Usando la técnica de no dar mucha información, rehuir los hechos para que sea el espectador el que los intuya, una insinuación nunca concretada ni percibida con la esperanza de crear un ambiente de elegancia y suspense que nunca logra para desgracia del vidente observador. Por mucho que no se quiera admitir o reconocer, la trama no acompaña, ni engancha ni apasiona, nulidad total en su manifestación; es más, tristemente, aburre bastante. Los personajes deambulan, con gran aburrimiento, sin definición clara ni concisa jugando a mantener conversaciones entre colegas, especialmente sobre la no-necesaria ni comprensible exhibición sexual. Examinando los componentes tan fabulosos con los que cuenta, los estupendos ingredientes en sus manos para realizar una tarta exquisita de gran sabor logrado..., lo único que se aprecia es una favorable fotografía para una elegancia desperdiciada y malgastada, para un pretendido estilo nunca encontrado y siempre perdido. Tan buen material reunido para no decir nada, para no levantar ni un ápice de delirio o entusiasmo en ti; tanto desperdicio debería ser un crimen!!!