Once en Nueva York
por Paula Arantzazu RuizHace ocho años John Carney conseguía triunfar entre el público de Sundance con Once y ahí comenzaría una carrera que llevaría la película a ganar, entre muchas otras cosas, un Oscar de la Academia por una de las canciones que aparecen en el filme. ¿Cuál era el secreto de aquel largometraje que enamoró a todo aquel que la veía? Una historia romántica entre una pareja unida por la música (por encima de la tensión sexual), un recorrido emocional por una Dublín pintoresca y a la vez poco recurrente en el cine, y una renovación de los clichés de la rom-com en un momento en que el género pedía a gritos sangre fresca. Por supuesto, también mucha, muchísima música.
Carney apenas ha variado la fórmula de su anterior trabajo en Begin Again, su nueva película, en la que también apuesta por una historia romántica entre dos almas perdidas unidas por su pasión por las melodías y a la vez capaz de no tocarse ni un pelo de la cabeza pese a tanta hormona en el aire. Aquí el escenario es una Nueva York de postal y sus protagonistas ya no están interpretados por actores no profesionales, sino por dos superestrellas con mucha fotogenia, charm y tirón mediático: Keira Knightley y Mark Ruffalo. A ella la ha dejado tirada su novio (Adam Levine) cuando ha comenzado a tener éxito en las radiofórmulas estadounidenses, él es un productor venido a menos, recién separado (Catherine Keener), con una hija (Hailee Steinfeld) y con demasiada atracción por las barras de bar. Cuando se encuentren el uno al otro, su deseo les ayudará a sobreponerse de los escollos de la vida gracias a un objetivo común: la música. En esta ocasión también grabarán un disco, pero, como renegados de la industria que son, lo harán a su manera, un disco absolutamente DIY registrado en las calles de la ciudad.
Como sucedía en Once, el dinero, la ambición, la industria y la autenticidad en torno a la figura del músico/ artista también aparecen como subtextos de la trama, aunque ese discurso, a diferencia del que planeaba en el otro filme, suena ahora algo naif, quizá desfasado. ¿Razones? El problema es que aquí Carney ya no trata de darle la vuelta a los clichés sino que se sumerge de lleno en la fantasía y su visión, por tanto, de la industria discográfica parece hablarnos del negocio de hace una década, como mínimo, de un momento en el que por lo visto todavía se podía aparcar el Jaguar en cualquier acera de la Gran Manzana. Ese es el verdadero sueño americano y Carney parece no estar dispuesto a dejarlo pasar.
A favor: El charm de sus protagonistas.
En contra: Ciertamente, Catherine Keener merecía rascar algo de ese encanto que desprenden Ruffalo y Kneightey en pantalla.