Autobiografía de un merluzo
por Carlos LosillaFíjense en lo que consta en el lema publicitario de esta película: “Todos queremos un final feliz”. Con este dato y con otro que les recuerdo ahora mismo entre paréntesis (el director novel, Joseph Gordon-Levitt, es también actor, como saben, de 'Origen', '(500) días juntos' o 'Looper', entre otras muchas) resulta fácil hacerse una idea de lo que pretende 'Don Jon': una mirada al cine desde el propio cine, desde el punto de vista de alguien que interpreta, que finge, que forma parte de la industria. Pues 'Don Jon' es una comedia romántica que pone en duda las comedias románticas. La historia que parece contar es la de un Don Juan de nuestro tiempo, hortera por herencia y vocación, adicto al porno por internet, dispuesto a dejarse cazar por otra hortera a la que incorpora, no por casualidad, Scarlett Johansson, arquetipo del pibón por excelencia, como rezan los subtítulos. La historia que cuenta es otra: de cómo una comedia hortera, otra vez, se convierte en una comedia romántica, o de cómo lo que separa a una de otra es solo una solución de puesta en escena.
En efecto, al principio, y durante buena parte del metraje, todo se repite, con la misma planificación y el mismo ritmo. Jon (Gordon-Levitt, sagazmente autoirónico) es un tipo que se pajea con vídeos pornográficos, que frecuenta discotecas con su panda de amigos para follar con tías buenas, que tiene una familia italoamericana que no puede ser más típica, que va al gimnasio para cultivar su cuerpo y rezar sus oraciones, y que se confiesa en la parroquia del barrio para purgar sus pecados. Su noviazgo con Barbara (Johansson, en una potente desmitificación de sí misma) no le llevará por otros caminos, sino que intensificará la banalidad de su vida: hará lo que ella diga, la presentará a sus padres y amigos, e incluso asistirá a una escuela nocturna con el fin de mejorar su situación laboral. Con lo que no cuenta (Jon no, Gordon-Levitt sí) es con encontrarse con Esther (como siempre, incontenible Julianne Moore), una madurita melancólica que les llevará, a él y a la película, por otros derroteros bien distintos.
Gordon-Levitt muestra todo eso en términos de planos, de interrupción: Barbara logrará que deje de darle al ordenador con fines onanistas, que quede con sus amigos para comer pizza y no otras cosas, que su hermana salga de su mutismo en las comidas familiares, que se dedique al baloncesto más que a las pesas, que el confesor varíe su discurso. Parece un giro moralista, pero no lo es. No se trata de que Jon vea la luz, sino de que la comedia que es 'Don Jon' se convierta en otra. De repente, la música se suaviza, los planos adquieren mayor libertad, los esquemas se rompen, todo gracias a la presencia de Barbara. El director habla del género más que del personaje, pero lo hace de manera divertida, punzante, sin que se note. Podríamos decir que estamos ante un ejercicio estructuralista, y sin embargo también ante un comentario sobre el mainstream y cómo se transforma en cine indie. A veces este paso resulta forzado, demasiado rígido, pero siempre es interesante y mordaz. Lástima que no disfrute de más duración, de más terreno para desarrollar sus ideas, lo que habría librado a Don Jon del esquematismo. En cualquier caso, este debut, aunque fallido, es uno de los más estimulantes y sugerentes del cine americano del año.
A favor: sobre todo Tony Danza en el papel del padre de Jon, emblema de las intenciones de la película.
En contra: una cierta frialdad demasiado cerebral, que le resta espontaneidad.