Sancho se deja llevar por las locuras de una Quijote jubilado que ya no busca a Dulcinea, sino a un nazi huido que de sentido a su inútil existencia, ese logrado hacer-justicia como costoso paso de recompensa y legado de una vida que pasa sin hacer ruido, sin que nadie la note, sin que alguien la eche en falta, notabilidad como último acto de sentido, de ser y existir, de motivo para levantarse y que de nuevo, la vida, tenga motivación e importancia.
Jugar a ser James Bond y pasar a la historia, atrapar al malo y que la verdad triunfe, delirio que mueve el día a día y permite revivir las ganas de seguir pues, la ausencia de apetencia es demoledor sentimiento, y la falta de querencia por nada, horrible estado catatónico que asfixia y mata lentamente.
Un plan, creencia en uno mismo y osado valor de llevarlo adelante, es cómica, destartalada y ridícula en su propósito/humana, grata y sentida en su formato, duelo de titanes entre un valiente judío y un -presunto- miembro de las SS hitlerianas, oculto, que intenta pasar desapercibido, dignidad y orgullo de realizar una hazaña por la que mejorar este mundo y ser recordado...,
..., hasta que todo se vuelve tragedia y ya no hace ni pizca de gracia pues, el demonio, antes fue ángel, ahora hombre perdido lleno delamentos ya que, el pasado no desaparece/siempre vuelve, por mucho que se quiera tapar o disimular con la manga larga, clave de posicionamiento de cada cual en la verbena de amistad breve que estimula, por espacio corto, la triste rutina.
Porque la realidad es más cruel que la fantasía, amarga y dolorosa como ninguna, pero lo cierto es que fue, es y será, y a ella hay que atenerse para encontrar la felicidad, ese acuerdo entre lo que hay, lo habido, lo que se desea pero nunca será, que permita la armonía de bienestar, alegría y ánimo por continuar siendo.
Cálida aventura, de afectuoso despropósito, de dos hidalgos vagando por el tiempo sin hacer, mientras tanto, nada memorable, rocambolesca coordinación, de cutre andadura, para quien necesita ser escuchado y quien quiere creer en algo pues su confianza se evaporó por desgaste de circunstancias y mal uso, error de camino que llega a correcto destino de afrontar el estado actual, dejarse de ensoñaciones magníficas y tirar con lo que hay.
Álvaro Brechner escribe, produce y dirige este relato de falsos molinos de viento con gusto, buena intención pero no tan loables resultados pues se conforma con insinuar varios puntos interesantes, de su delirante ruta, pero sin incidir ni penetrar en ellos, la comedía deja tenue destellos de válidas escenas aisladas/el drama es el verdadero protagonista descubierto pero, tampoco se puede decir se saque gran provecho del susodicho.
Naturales interpretaciones para una cinta, candidata de Uruguay a los Oscars, que cubre como anécdota, esa averntura que el abuelo cuenta a los nietos durante la celebración de su cumpleaños, chochea, ya no es el que era pero entretiene, se le estima y es fácil concederle tu atención y cariño.
La vejez y derrota como conducción de un enredo que disimula mucho sufrimiento y desdicha, suave y comedida en su alcance, logra tu interés pero no lo retiene con fuerza y contundencia pues el iaio divaga, no acelera cuando debe y su pasividad narrativa concede pausas de retroceso en la escucha y observación.
El guión adolece de carácter e intriga, apetece ser cómplice de este Anacleto, agente secreto, con escudero ayudante, pero la fiesta resulta no ser tan alentadora ni excitante; encantador y entrañable Mr. Kaplan, su colaborador, patético pero decidido, sin embargo, lo quieras o no, pasas fácilmente de verla al olvido de ella.
Buenos sentimientos por la aludida, sensaciones de apego y simpatía empero, su complacida compañía no nutre como para salir, del todo, contento, sólo a medias por indulgencia de buenos propósitos por parte de todos, tú y ellos.
Buena cosecha aunque, en parte, desaprovechada.