Al leer la sinopsis y ver el tráiler te haces una referencia tipo "El escándalo de Larry Flint", vida de desmadre, sexo, porno, dinero, extravagancia, sodoma y gomorra, desparpajo y atrevimiento de hacer lo que uno quiere al margen de la, siempre, doble moral de la sociedad -ya puedes ir olvidando tanto brío y garra-, luego lees que su protagonista es Steve Coogan, actor fetiche del presente director que no es capaz de ir más lejos de interpretarse a si mismo una y otra vez, excepción que no se confirma esta vez pues nos ofrece más de lo mismo, es decir, a él olvidándose de intentar siquiera acercarse a la esencia o espíritu del personaje y, al verla, descubres, más que una película, un documental ilustrativo sobre las andanzas y correrías de este vanguardista que abrió el primer local de chicas desnudas, futurista que tenía un don para adelantarse a las demandas del público, inteligencia para los negocios y sabiduría para hacer caja pues, está narrada con más frialdad, desafecto y distancia que pasión, calidez y una deseosa involucración del público que hubiera posibilitado un filme rodado con más gracia y esmero de cara a las necesidades del espectador.
Porque, tras finalizar la historia, conoces los hechos pero has pasado ausente por los sentimientos, para entonces, puedes afirmar que Paul Raymond era un empresario de éxito de locales de striptease que fue pionero en mostrar chicas desnudas en sus espectáculos, que hacinó una fortuna desproporcionada, que le perdía el exceso, las mujeres y su gustosa obsesión preferida de acumular todas las propiedades que veía y eran de su capricho, de carencias afectivas y remordimientos nulos que se trasladan a sus complicadas relaciones familiares siendo, la excepción, su hija mayor con la que se volcará vivamente dejando de lado a todos los demás miembros de su desmadrada familia creada a golpe de hago lo que quiero cuando me apetece, cojo lo que me gusta cuando deseo y lo dejo de lado cuando ya no me sirve aunque, la sospecha intuitiva personal te rumorea que lo visionado está a luces del surrealismo, insolencia, locura y arrebato de este portento quijote de los años 50-60 que luchó contra sus propios molinos de viento gubernamentales, estatales y sociales.
Es correcta pero no seductoria, precisa pero no desbordante, atractiva en la información vertida pero no en la absorción de su frenética vida, formal en su exposición pero de adrenalina, osadía y soltura ausente y un interés limitado a observar sin experimentar, a seguir sus aventuras desde tierra lejana que no crea acceso a la intensidad de sus mareantes ideas, imprudencias ostentosas y extravagancias diversas, excesiva beatitud y consideración para una vida tan rentable que daba para un relato más suculento, ardiente, de emociones más impactantes y sentimientos a flor de piel donde el desahogo temporal de la vista no se permite ante tanto desfase y disparate valiente y atrevido.
Ofrecer sólo un espectro, lúcido pero superficial, de toda la posibilidad que tenía en sus manos sabe a rancio innecesario, a poco nutriente, escasez de sustancia con poco condimento que satisface lo justo más, un intérprete que no tiene el carisma ni la habilidad de transmitir el espíritu y corazón del personaje en cuestión da, como mucho, para oír, por primera vez, su nombre y hacerte una idea de la importancia de este individuo en la historia inglesa pero, poco más, para descubrir su destreza, empuje, entusiasmo, valor y toda la ebullición ingeniosa sin recatamiento que inspiraban a este artista que leía la mente de lo que la gente necesitaba no da, para una idea general sí, para una imagen escandalosa no y, si algo fue su sello, fue el escándalo aunque, Michael Winterbottom, no haya tenido mucha habilidad al plasmarlo.
La mirada del amor no posee desenfreno, ni éxtasis o frenesí, verla cómodamente sin perturbación no es lo esperado, visión plácida sin alteración no es lo requerido, un remar contra viento y marea con ritmo de empatía y cautividad neutra no es lo acordado, la presupuesta vida apasionada de este visionario loco de mente cuerda, espíritu emprendedor, promotor audaz y sagacidad morbosa por sus venas a quienes las 24 horas del día se le quedaban pequeñas y austeras para el ritmo agitado y aventurero de su persona no es lo reflejado aquí, sólo una versión oficial de buena sintonía y moderación que no ofenda ni altera en demasía, educado prototipo de informar y comunicar sin profundizar ni herir ni alterar ni penetrar en el fondo de lo maligno, sádico y perverso de su razón.
Ha servido la carne pero se ha olvidado de su apetecible calentado y jugosa salsa que le da, a la misma, su sabor picante, obsceno y delicioso, una ensalada sin aliño estará sosa y desganada por muy adecuado que sea el tomate y buena la lechuga que le acompaña; la magnitud, consistencia y exquisitez se encuentra en el acierto y arte de la mezcla.