En el camarote de los hermanos Marx hay más lógica y menos caos que en esta surrealista película, alegato exclusivo para sí misma, de una niña rica venida a menos que intenta hacerse un hueco en la vida real.
Crecer, dejar de lado las tonterías estúpidas, las caricaturas bobaliconas y afrontar la situación, reeducar ese menosprecio altivo y superior de quien está por encima por su posición económica y ha caído en picado cual ave dolorosamente herida en su orgullo por acercarse en demasía a un rey sol que le derritió las alas -la eterna y castigada soberbia de Ícaro-, encontrar un acomodo, esa deseada nueva posición en la que poder respirar, descansar y evitar el tráfico intenso y aturdido de una autopista colapsada por el ruido y el desorden.
Todo ello contado desde una comicidad, desde una burla quijotesca que no funcionan ni amenizan el relato pues sólo sientes el mareo y la confusión de un Charlot poco intenso nada divertido que te cansa y hastía, el desfile poco alegre y muy cargante de un payaso afligido con banda sonora incorporada que ya no tiene circo donde exhibir sus maltrechos y pésimos malabarismos.
Estrambótica presentación del paso del tiempo y de sus efectos nocivos, la esquiva fugacidad de un anhelo perdido ya no hallado, amargo recuerdo de un pasado fantasma reconvertido en agónico presente imposible de obviar e insoportable de llevar, triste superficialidad desmadrada, la maduración forzosa de una familia francesa arquetipo de una época, posición social cuyos restos de su educación y vida costumbrista son de marcado anclaje y difícil superación.
La directora, protagonista Valeria Bruni Tedeschi ha evitado el camino del dramatismo y la pena y ha optado, para narrar su historia, por una gracia ocurrente que no es graciosa, por una diversión escénica que no divierte, por un formato de comedia tan elitista como el propio personaje que no provoca los efectos deseados ni las reacciones deseadas.
No encuentro la ironía inteligente, la broma sarcástica, la sabia lectura sensible e intimista, únicamente hallo un atormentado, desesperado, perturbado andar sin rumbo ni destino conocido que te transmite sensaciones vacías e inertes, inapetencia emotiva y soledad por no entender ni captar a esta damisela en apuros en un castillo que se cae a trozos, derrumbe de una vida estética ya, por nunca jamás, conocida o saboreada.
Oscar a la desconexión, desapego y falta de empatía para una noche de cine fallida y decepcionante por un resultado tan desconcertante y nulo.
¡Me encanta que los planes salgan bien!