Reescribiendo Mary Poppins
por Carlos LosillaWim Wenders, en un momento de En el curso del tiempo, hizo decir a uno de sus personajes: "Los americanos han colonizado nuestro subconsciente". La sentencia se oía en un búnker abandonado, en la frontera entre el Este y el Oeste de Alemania, cuando todavía existía el muro, y se refería al rock de los 50 y 60, al que los protagonistas no dejan de aludir en todo su viaje. Nada más propio para abordar Al encuentro de Mr. Banks, la película de John Lee Hancock, que esta cita en apariencia extemporánea, pues de eso se trata precisamente: el encuentro entre P. L. Travers, la autora de Mary Poppins, y el mismísimo Walt Disney tiene mucho de sesión psicoanalítica, aunque a veces se produzca por personas interpuestas, y también de freudiano, pues la figura que está aquí en juego, como no podía ser de otra manera, es la del padre. Freudiano en el sentido hollywoodiense del término, claro está, pues también de Hollywood estamos hablando. Travers se resiste con todas sus fuerzas a aceptar el contrato que le sugiere Disney porque no puede olvidar a su padre, alcohólico pero carismático, en el que se basa la figura de Mr. Banks, el padre de los niños de Mary Poppins. Pero su tenacidad, como certifica la Historia, será vencida por el hechizo de Hollywood, en uno de esos compromisos imposibles a que nos tiene acostumbrados el cine americano.
Hasta aquí, Al encuentro de Mr. Banks podría parecer una película sin ningún interés. Sin embargo, la estaríamos juzgando desde nuestra animadversión hacia las reglas de Hollywood, que serán lo que sean, pero son lógicas y sistemáticas. Si se observa como una recreación de Hollywood visto como un sueño que encierra múltiples pesadillas, la película posee una notable densidad, seguramente más en el terreno de la relación entre mito y espectador que en el de los valores cinematográficos (¿qué es eso, después de todo?). También Mary Poppins, el original de Robert Stevenson, será lo que sea, pero se ha convertido en un icono para muchas generaciones, y su huella puede percibirse en numerosos cineastas hollywoodienses posteriores, desde Steven Spielberg a Wes Anderson. En este sentido, Al encuentro de Mr. Banks no es en absoluto un biopic parcial de P.L. Travers, ni mucho menos de Disney, sino que más bien se trata de otra manera de contar Mary Poppins, descubriendo algunas sombras ocultas en aquel film y remezclando otros elementos para convertirlo en otra película, o por lo menos en esta especie de Ensayando Marie Poppins que es la película de Hancock. Hay que pensar en todo esto más como en un juego audiovisual con el recuerdo y las imágenes de Mary Poppins que como un melodrama tradicional.
Y ahí entra la estructura de la película, un tema espinoso. Primero parece un simple montaje paralelo entre 1906 y 1961, el momento privilegiado y a la vez doloroso de la relación de Travers con su padre y el momento de desenterrar todos esos recuerdos cuando se enfrenta a la génesis de la película, sola en un hotel de Los Ángeles y en constante lucha con el propio Disney, pero también con sus letristas y compositores, con sus secretarias. Después, sin embargo, los tiempos se fusionan y la película de Hancock encuentra su verdadero tono en tres o cuatro momentos privilegiados, casi experimentales: el padre canta una canción de Mary Poppins casi sesenta antes de que se componga, en su etílico discurso ante los jerifaltes del banco en que trabaja; durante la proyección de la película de Stevenson, sus líneas de diálogo dejan de verse ilustradas por las imágenes que le corresponden para pasar a oírse sobre pequeños flashbacks de la película de Hancock… ¿Qué estamos viendo? Una celebración de Hollywood que se refleja en otros instantes de genuina nostalgia servidos (ya saben, insisto, esto es Hollywood) con una contagiosa alegría: Tom Hanks y Jason Schwarzman tocando juntos al piano una canción de la película original, Emma Thompson bailando arrebatada el tema final (una redención, es cierto) con uno de los compositores…
Parece una comedia musical, pero no lo es. Parece simplemente una comedia de caracteres enfrentados, pero tampoco lo es. Parece la reconstrucción de una infancia desgraciada, pero ni por ésas (afortunadamente, pues se trata de la peor parte de la película). Todo eso reluce por momentos, a veces cansinamente, pero de lo que de verdad estamos hablando es de otra cosa: el viejo y el nuevo Hollywood, el modo en que actores pertenecientes a distintas generaciones se encuentran y se apartan de la película para cantar a sus anchas, la manera en que una actriz inglesa puede iniciar una escena de típico musical americano… Eso es Al encuentro de Mr. Banks, seguramente sin proponérselo: la evocación de un mito popular de los 60 desde el punto de vista de alguien que a su vez evoca su infancia a principios del siglo XX, todo ello servido como un track onírico al espectador de ahora. Esa mezcla de tiempos es a veces fructífera, y las mejores imágenes de la película dejan ver un aire intemporal, como de acontecimientos que solo pueden suceder en el territorio del mito, que tiene mucho que ver con otros intentos del cine americano reciente de recrear su pasado no a través de la realidad, sino de los arquetipos, sin ir más lejos La gran estafa americana, con la que esta película tiene mucho que ver. Hablando de eso, ¿por qué Al encuentro de Mr. Banks sólo tiene una nominación (Mejor Banda Sonora Original) a los Oscar, siendo como es una película ideal para esos premios? Quizá ha ido mucho más allá de lo permitido en lo que a nostalgia se refiere. Quizá ha destripado los malos sueños de Hollywood sin querer, pero sacándolos a la superficie. Cosas del subconsciente, como diría nuestro amigo Wim.
A favor: un cierto delirio que se va apropiando de la película y estalla en determinados momentos.
En contra: que el director, además de ser un buen rastreador de la mítica americana, no haya visto más cine experimental.