Sueño y realidad
por Israel ParedesCon la serie Heimat: Una crónica de Alemania, estrenada en 1984, su director Edgar Reitz creó una saga épica que iba desde 1919 hasta 1982 a lo largo de casi dieciséis horas distribuidas en once capítulos de diferente duración; en 1992 y en 2004, realizó la segunda y tercera temporada, una de casi veinticinco horas en trece capítulos, la otra en once horas y seis episodios, focalizando la segunda en los años sesenta y setenta del siglo XX y la tercera desde 1989 y el derrumbe del bloque comunista hasta el año 2000. En 2006 realizó un largometraje de dos horas y media, Fragmentos: Las mujeres, que en suponía el cierre a una saga tan ambiciosa como fascinante con la que Reitz rompía en muchos aspectos la línea divisoria entre formato televisivo y cinematográfico, buscando los puntos de unión y aprovechando las posibilidades de ambos.
Con Heimat: La otra tierra, de casi cuatro horas de duración, Reitz ha realizado una precuela a la serie, situándose en 1842 en la localidad imaginaria de Schabbach y centrándose en Jakob (Jan Dieter Schneider), un joven hijo de un herrero y hermano de Gustav (Maximilian Scheidt), alrededor de los cuales gira el relato y el resto de personajes. Reitz vuelve al origen –los descendientes de Jakob protagonizaban la larga serie- con un relato que comprime, si comparamos con la envergadura del proyecto, la narración y se centra en los deseos de Jakob por emigrar a Brasil, tierra de oportunidades, para huir de un mundo deprimido, de hambruna y pobreza, del cual consigue evadirse gracias a la lectura, la cual permite al joven soñar con un mundo mejor. Es Jakob en muchos sentidos una representación del ideario romántico de la época, aunque desarrollado en otras latitudes del país, no así en un pueblo de evidente miseria. Es él quien modula el enfrentamiento entre la realidad y la fantasía, lo onírico y lo físico, que Reitz se encarga de transmitir mediante un trabajo visual impecable e imaginativo.
Reitz crea en Schabbach un lugar tan físico como metafórico, una suerte de espacio faulkneriano para desarrollar una historia estructurada internamente en dos partes bien claras, con el encarcelamiento de Jakob como punto de inflexión entre ellas. Así, en la primera, más amable, el joven todavía puede soñar con marcharse, con huir, con recrearse en sus lecturas; mientras que en la segunda, es cuando constata la realidad y pierde la inocencia, mostrado de manera magnífica por Reitz: cuando Jakob descubre que su hermano se va a casar con Jettechen (Antonia Bill), la joven de la que él está enamorado al ver las guirnaldas de la boda en un color verde cuya simbología cromática se pervierte para Jakob. A partir de entonces, la película se introduce en una sucesión de acontecimientos trágicos que enfatizan más si cabe la sensación opresora de los habitantes del lugar y su deseo de marcharse; y cuando la partida de algunos de ellos se hace evidente, entonces, la película se adentra en el sufrimiento de Jakob, quien ve que son otros quien verán cumplido su añorado deseo, mientras que él se ve abocado, luego felizmente, a permanecer. Pero esta división también la encontramos en el personaje de Jettchen, gracias a la estupenda interpretación de Bill, quien transmite también esa pérdida de inocencia tras cometer un “error” que hará que abandone su inicial jovialidad casi adolescente para dar paso a la llamada madurez de forma brusca para, poco después, sufrir otro golpe que supondrá, definitivamente, el abandono de toda alegría en su rostros. Es, pues, Heimat: La otra tierra, también un relato de iniciación francamente cruel.
Con un trabajo visual basado en la utilización de la cámara anamórfica, que modula los contornos y los ángulos creando unas texturas muy plásticas que rompen en muchos sentidos con el realismo y aportan a la imagen cierta irrealidad, Reitz construye una película de perfecta arquitectura tanto formal como argumental con un blanco y negro punteado de pequeñas incursiones del color que transmiten de manera ocasional elementos emocionales de los personajes, también ideas más generales. Épica nacional y sentimiento individual se dan la mano en un relato de ritmo lento pero de gran fluidez que transmite a la perfección el estancamiento de la vida en el pueblo, pero también la celeridad con la que se producen los acontecimientos. Con pasajes, como el de la fiesta, en el que el cineasta es capaz de introducir varios niveles discursivos con total naturalidad; o bien, con secuencias como la muerte del tío de Jakob, un momento inolvidable de cómo relatar el momento mediante el movimiento de cámara, el sonido y la atmósfera. Heimat: La otra tierra, puede disfrutarse plenamente sin conocer la seria previa de Reitz, sin embargo, cuando se contempla como precuela de ella, ampliamos la sensación de estar ante uno de los proyectos más interesantes y magníficos del cine contemporáneo.
Lo mejor: Prácticamente todo, pero destacar la puesta en escena de Reitz.
Lo peor: Que su duración y que sea en blanco y negro supongan un rechazo para el público.