“TRES VECES EN IRAK, PERO NO HAY DINERO PARA NOSOTROS”
Escrito por Miguel Martín Maestro
La frase que encabeza el artículo aparece en las primeras imágenes de la película, cuando los hermanos Toby (Chris Pine) y Tanner Howard (Ben Foster) circulan en uno de los desvencijados vehículos que van a utilizar durante la ejecución de un plan endemoniado y justiciero. Es un rótulo colgado de una casa, como tantos otros que indican “se vende”, “ se salda”, “cerrado”. Ambientada en Texas y rodada en Nuevo México, la frontera, el desierto, no es un mero espacio físico, el desierto se ha instalado en las poblaciones residentes de pequeñas poblaciones mortecinas, donde no hay comercio, no hay industria, la ganadería ha dejado de ser medio de vida y se ha transformado en un sufrimiento sin sentido, la oficina del banco local se parece a esos bancos de los viejos westerns, locales pequeños, con un solo empleado, sin movimiento y casi, sin dinero.
Este es el caldo de cultivo en el que se genera el odio, el miedo al diferente, la rabia al ver cómo todo el trabajo de una vida va cayendo, pieza tras pieza, en poder de bancos sin escrúpulos, seguros de que sus beneficios se reparten entre los accionistas y consejo de administración mientras las quiebras las soporta el sistema, que es una forma muy fina de decir que somos todos los que pagamos la juerga de unos pocos. En ese viaje a lo largo del condado, Toby y Tanner no advierten nada extraño, están acostumbrados a esa decrepitud creciente, a esa decadencia mortecina. Nuestros ojos, gracias al acierto de Mackenzie, sí se dan cuenta del gran hervidero de pobreza que ya no se esconde, de las deudas inasumibles, de la desesperanza generalizada.
Nadie que vea Comanchería podrá sorprenderse ya del último resultado electoral en el país.
Una semana de bombardeo mediático sin dar una sola respuesta convincente, y basta una sola película para retratar un país y una auténtica crisis que ha dejado de lado a los ciudadanos...
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