Esto es el Oeste, señor
por Daniel de Partearroyo"[Come] Hell or high water", la expresión coloquial que da título en versión original a esta película de David Mackenzie (Perfect Sense, Convicto) escrita por Taylor Sheridan (Sicario) se utiliza en la lengua inglesa para subrayar la determinación de llevar a cabo una acción "pase lo que pase". En la versión española el título se ha sustituido por "Comanchería", el nombre que recibía la región habitada por la tribu comanche de nativos americanos, principalmente el noreste de Nuevo México y oeste de Texas, zona donde se ambienta el filme. No es un cambio tan caprichoso como puede parecer a primera vista; el nombre "comanche" significa "enemigo o aquellos que quieren luchar siempre contra mí", lo que lleva a entender a los comanches como enemigos de todos los demás pueblos desde su propio bautizo etnómino. No está mal traído el cambio: en Comanchería asistimos a la determinación de dos hermanos para ajustar las cuentas con una entidad bancaria despiadada, pase lo que pase y convirtiéndose en enemigos de la ley si es necesario. Es decir, robar a los bancos que te han robado, en la mejor tradición de justicia fronteriza que durante tanto tiempo imperó en estas tierras de comanches antes de que la supuesta civilización reemplazara a los forajidos por criminales de traje gris y corbata.
Chris Pine y Ben Foster son los dos hermanos atracadores de bancos. Como Butch Cassidy y Sundance Kid en su día, estamos ante dos hombres conscientes de su destino. Con su actividad criminal pretenden amortizar la hipoteca sobre la granja familiar que está a punto de arrebatarles el mismo banco cuyas pequeñas sucursales desvalijan. Pero la motivación, aparte de añadir un plus de empatía a los personajes y aportar entidad al paisaje coyuntural de la película (una elocuente pintada de rabia ciudadana denuncia sobre una pared "Tres veces en Irak, y a nosotros nadie nos rescata"), no tiene más peso en el argumento del que pudiera ejercer la resolución de una antigua deuda o el cumplimiento de una promesa en un western clásico. Comanchería no es una película para revisar el género ni desmontarlo desde un prisma postmoderno. Es una película donde los coches se utilizan como caballos para huir de atracos o sumarse a persecuciones, los jinetes atan sus caballos en las gasolineras y los vaqueros cruzan la carretera moviendo su ganado lejos de un incendio. Es un western directamente transplantado al siglo XXI.
Y en medio de todo está el sheriff Jeff Bridges. Ciclópeo, guasón, de movimientos lentos y comentarios racistas constantes hacia su compañero detective, nativo americano. Con una actuación portentosa, su personaje es el centro de gravedad de la historia, a la manera de Tommy Lee Jones en No es país para viejos (Ethan & Joel Coen, 2007): un hombre de ley, audaz, fiel a su código de honor chapado a la antigua, que se ve sobrepasado por una contemporaneidad inclemente y despiadada donde las distinciones entre compadres y enemigos ya no tienen la validez de antaño. Pero las viejas historias sí pueden recuperarse para entender mejor el presente, como demuestra Comanchería presentando un western añejo con ingredientes actuales.
A favor: Un Jeff Bridges colosal, magnético y planetario (con gravedad propia).
En contra: Aunque hacen un buen trabajo, Chris Pine y Ben Foster nunca terminan de apropiarse de sus personajes.