LOS MÁRTIRES DE CASABLANCA
Cabe decir que el medio cinematográfico no solamente sirve para entretener y desconectar de las rutinas y problemas cotidianos; sino que es un poderoso medio por el cual se puede expresar cualquier tema, sirviendo como denuncia social o retratando algún hecho acontecido en la vida real. La película que nos concierne, titulada "Los caballos de Dios" ("Les Chevaux de Dieu" en su título original en francés), que he podido visionar dentro del marco de la 30 edición del maravilloso Festival Internacional Cinema Jove de Valencia, pertenece a ese cine llamado "invisible", y se encarga de realizar un inquietante retrato sobre los atentados de Casablanca en 2003.
La premisa se centra en Yachine, un niño de diez años que vive con su familia en Sidi Moumen, un poblado de chabolas de los alrededores de Casablanca (Marruecos). Su madre, Yemma, hace lo que puede por sacar adelante a la familia. Su padre se encuentra en un estado depresivo y de sus tres hermanos uno está en el ejército, otro es prácticamente autista y el tercero, que tiene trece años y se llama Hamid, es el cabecilla del barrio y el protector de Yachine. Cuando Hamid es encarcelado, Yachine se ocupa de varios trabajillos que le ayudan a escapar del marasmo provocado por la violencia, la miseria y la drogadicción que la rodean. Cuando Hamid sale de la cárcel se ha convertido en un islamista radical y convence a Yachine y a sus amigos para que se unan a sus 'hermanos'. El líder espiritual del grupo, el imán Abou Zoubeir, se encarga de dirigir el prolongado entrenamiento físico y mental de los muchachos, antes de anunciarles que han sido elegidos para convertirse en mártires.
Su director, el francés de origen marroquí Nabil Ayouch, divide el filme en dos partes bien diferenciadas; en primer lugar muestra la infancia de esos niños sumergidos en la pobreza más absoluta, en el que la necesidad imperiosa por sobrevivir les induce a delinquir; y en segundo lugar, se centra en esos niños en su madurez que son reclutados por la Yihad para convertirse en mártires.
Ayouch no justifica a los terroristas ni sus deplorables actos, simple y llanamente se dedica a retratar los hechos tal cual son, bajo un punto de vista nunca tratado (y siempre ignorado). Las ansias de tener una vida digna de esos jóvenes marginados es tan grande, que los líderes yihadistas se aprovechan de ello para reclutarlos con la venia de su Dios, siendo todo ello una vomitiva falacia para darle sentido al sinsentido más absoluto, la barbarie del terrorismo, creando un circulo vicioso entre esos niños y los terroristas; es decir, un círculo que consiste en: Pobreza + Necesidad + Aprendizaje + Mártir, y una vez inmolados, los Imanes buscan nuevos incautos a los que lavar el cerebro para su controvertida causa.
El director dota al filme de un ritmo ágil, sabiendo posicionar de maravilla la cámara, en la que su primera mitad sigue las andanzas de esos niños cámara al hombro, y también destacan esos impresionantes planos picados que muestran las chabolas y la inmundicia de la pobreza; para luego, en su segunda mitad, serenar más la cámara, con planos fijos y pertinentes fundidos a negro; asimismo, su desenlace (pese a que es conocido por todos) está representado de forma apasionante y realmente sobrecogedora. Me ha encantado la manera en la cual Ayouch choca las personalidades de los dos hermanos protagonistas; la rebeldía de Hamid en su niñez colisiona con las buenas maneras de Yachine; no obstante, tras sufrir un desgraciado incidente en el taller donde trabaja (siendo uno de los puntos álgidos del filme), Yachine va perdiendo esa inocencia y en cierto sentido se pasa al lado oscuro, siendo ahora Hamid el que ha abierto los ojos dándose cuenta de la gravedad de la situación.
En síntesis, "Los caballos de Dios", a pesar de que un sector de la crítica la ha tildado de ser simplista, cabe decir que no le hace falta profundizar en el tema para que se te encoja el corazón y te deje el alma hecha añicos, ya que arroja una mirada certera al mundo del terrorismo, a esa visión prácticamente desconocida (y peor aún, ignorada), la de esos ingenuos 'Caballos de Dios' que cita el título.