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    Paraíso: Amor
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Paraíso: Amor

    El infierno occidental

    por Carlos Losilla

    Ulrich Seidl debe de ser uno de los cineastas más polémicos de las últimas décadas. Primero, incisivo documentalista, luego malicioso cronista de la decadencia centroeuropea (en la línea de su compatriota Thomas Bernhard, pero también de su admirado Rainer Werner Fassbinder), sus últimas películas son retratos siniestros de la clase media austríaca, así como de sus fantasías sobre la alteridad. Hundstage, su debut en la ficción, constituyó todo un aldabonazo en la conciencia del viejo continente, un retablo de figuras decadentes moviéndose en un escenario devastado. Import/Export parecía redimirlo como artista concienciado, humanista, pero en el fondo se trataba de una visión espectral del panorama post-soviético, un mundo cruel en el que los seres humanos se ven reducidos definitivamente no solo a mercancías, sino también a títeres sin voluntad. Y ahora la trilogía Paraíso consagra a Seidl como narrador despiadado de un modelo social en el que las palabras han perdido su sentido para referirse a una identidad cultural que ya no existe: el amor (primera parte) es una parodia de sí mismo, la fe (segunda parte) es solo una forma de autoprotección, la esperanza (tercera parte) únicamente conduce a la desesperación.

    En esta primera película de la serie, una mujer viaja a África de vacaciones en busca de una autenticidad sentimental que ya no encuentra en los hombres de su país. Lo único que halla, sin embargo, es pobreza, picaresca, obsesión por su dinero y no por su sensibilidad. Hay que decir que la fémina en cuestión sufre de sobrepeso, tiene una hija adolescente también con problemas y se toma sus días libres como una compensación de las miserias de su vida cotidiana. Y el universo que se expande a partir de ella, descrito en las demás películas de la trilogía, consta de una hermana fanática religiosa (a la que podremos ver en 'Paraíso: fe') y una adolescente acomplejada que sueña con hombres maduros (protagonista de 'Paraíso: esperanza'). La arquitectura narrativa es, pues, de una compleja sofisticación. Los personajes se van de la trama para regresar en otros films, y los que se quedan son sometidos a una escrupulosa indagación por parte de Seidl, a la vez observador implacable y moralista sin piedad. El resultado es una serie de secuencias, a medio camino entre el documental y la ficción, que provocan una hipnótica fascinación, hechas de planos estáticos en los que se mueven figuras sin destino, condenadas a habitar ese mundo que se descompone poco a poco.

    'Paraíso: amor', en este sentido, es una película que no provoca placer en el espectador. Tampoco repulsión, pues su sentido de las relaciones humanas culmina en un monumental proceso a las formas de vida que ha generado el capitalismo. La moral colonialista, por ejemplo, se ha desplazado al turismo, a esa masa de mujeres maduras que invaden un país africano esperando que los nativos satisfagan sus deseos. Y el dinero es la raíz de todos los males, aquello que permite que nosotros compremos y ellos vendan, una forma monstruosamente deformada de lo que conocemos por consumismo. A la vez, la desolación final encuentra a estas criaturas en una especie de paz espiritual adquirida tras un espantoso vía crucis: el vacío, la nada, son lo único que encuentran, simultáneamente el símbolo de sus vidas y los únicos estados que pueden calmar su ansiedad. En una secuencia final alucinada, una de las más lúcidas del cine europeo reciente, Seidl las muestra en una habitación en la que pretenden celebrar un cumpleaños con una fiesta salvaje de sexo que se convertirá en una apoteosis de la frustración. 'Paraíso: amor' celebra la ironía, la burla, el cinismo, pero no hay película que albergue mayor piedad hacia sus personajes, como el perdón tras el pecado.

    A favor: una puesta en escena de un rigor tan exquisito como obsesivo, de una conmovedora rigidez.

    En contra: Seidl quería que fuera una sola película dividida en tres partes, lo que hubiera añadido exhaustividad al tratamiento.

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