Los corredores del laberinto rojo
por Suso AiraEn uno de los adorablemente cursis y bigger tan life momentos de diálogo/monólogo, que van de la poesía de postal de cumpleaños a la filosofía para dummies, en los cuales se detiene la frenética Golpe de estado, el personaje encarnado por Pierce Brosnan (uno de esos roles secundarios que el actor irlandés hace sobresalir a base de talento, morro y sentido de la ironía) suelta una perorata que culpa a Estados Unidos de ser un expoliador de naciones pobres, un fabricante de indignados a quienes no les cuesta demasiado mutar en sanguinarios filocomunistas entregados a la caza, captura y muerte del occidental, del norteamericano.
Lo que podría asemejar un apunte liberal y crítico (no son más que padres protegiendo también a sus hijos, suelta ese Brosnan casi salido de Bajo el volcán y El americano impasible), es dinamitado sin solución de continuidad (y sin ningún tipo de conciencia, buena o mala) con una escena en la que no sólo se justifica la matanza de los rebeldes del tercer (cuarto, según la esposa del ingeniero que interpreta Owen Wilson) mundo, sino que se jalea de una manera orgiástica. Es lo que tiene el cine reaccionario, ese cine occidental que ve en el otro, en el oriental, el sempiterno peligro amarillo, o el no menos temible terror rojo: cuando intenta justificarse u ocultar que es muy facha, va y mete la pata.
Golpe de estado es una película facha, y también una buena película de acción de los años anticomunistas de Hollywood. Los golpistas y/o insurgentes son una horda de despiadados asesinos persiguiendo y acosando a una pobre familia de Texas compuesta por un matrimonio que se lo perdona todo y que lo comparten todo (atención a su momento en el cementerio digno de Wes Craven y de La última casa a la izquierda, otro título tan apasionante como reaccionario) y dos adorables hijas, unas niñas pequeñas que sólo quieren volver a casa y dejar ese país de salvajes asesinos.
Equidistante tanto de films como el Callejón sangriento de William A. Wellman como de un título ochentero de la Cannon, Golpe de estado no debería analizarse por su ideología atribulada que no creo que ni ella misma sepa cuál es, sino por su espídica y violenta condición de action movie, de survival movie que posee (además de sus considerables litros de hemogoblina) una de las escenas más inolvidables de lo que llevamos de temporada: la de la huida de una azotea a otra, una plasmación alucinante y divertidísima de lo que vendría a ser un salto de fe familiar.
A favor: su ritmo, su violencia y su desfachatez.
En contra: cuando quiere justificarse ante los espectadores.