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    Adiós al lenguaje
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    Adiós al lenguaje

    En la despedida

    por Carlos Losilla

    ¿Quién iba a decir que Jean-Luc Godard, el cronista irónico de los felices 60 y del desencanto post-68, el revolucionario que apostó por el cine militante, iba a pasarse a la disquisición más o menos filosófica, al poema-ensayo en forma de película o viceversa? Pues eso es lo que viene haciendo desde finales de los 70, aproximadamente, cuando cambió definitivamente de rumbo con Sálvese quien pueda (la vida) (1979). De Pasión (1980) a Film Socialisme (2010), su cine ha ido ha ido abandonando progresivamente la ficción tal y como la conocemos para elaborar trabajos en los que el mosaico, el patchwork, mezcla tonos y registros de todo tipo, desde la confesión íntima hasta el comentario político pasando por la reflexión existencial o sobre el propio cine. Histoire(s) du cinéma (1989-1998), su obra más monumental, tomaba como excusa las imágenes fílmicas que habían marcado su vida para enterrar el siglo XX, en lo que seguramente es el discurso fúnebre más melancólico y emotivo que dio aquella época. Y sus películas posteriores, entre el largo y el corto, no solo han reafirmado esta vocación heterodoxa y radical, sino que han encontrado siempre nuevos caminos, han demostrado que el cine está muy lejos de haber muerto.

    En cualquier caso, Godard es ya, para algunos, una especie de gurú, una condición que él parece aceptar de buen grado. Yo prefiero verlo, sin embargo, desde dos puntos de vista distintos y a la vez complementarios: por un lado, el último artista romántico, algo así como un moralista solitario (en la tradición de Voltaire o Montaigne) que contempla el mundo desde un gozoso escepticismo; por otro, un pensador que trabaja con imágenes, aquel que ha conseguido que las formas del cine reflexionen como antes hicieron las palabras. En este sentido, Adiós al lenguaje, su última película, no podría resultar más idónea para ir cerrando su obra: como si Wittgenstein se hubiera hecho a la vez más poético y sustituyera aquello “de lo que no se puede hablar” por imágenes alusivas y evocadoras, esta película no utiliza su título para llorar por la desaparición progresiva de la comunicación hablada o escrita, sino para celebrar el abandono de la vida racional, para volver a un estadio en el que lo físico y lo sensual acaban ganando la partida, una condición que Godard disfruta filmando a su perro, por ejemplo, en un prodigioso 3D.

    Pues sí, esta es una película en 3D, quizá para demostrar que este procedimiento no solo es útil en las películas de animación o en algunos blockbusters, sino que también puede tener una función expresiva. Godard experimenta, crea, recrea, inventa composiciones arriesgadas no por exhibicionismo sino como un juego menos inocente de lo que aparenta: los planos adquieren mil significados, alcanzan una belleza fascinante al tiempo que realzan la belleza del mundo, a la que el cineasta parece enfrentarse por primera vez. Y todo ello en el marco de una reflexión fragmentaria, hecha de fogonazos mentales que atraviesan la mirada del espectador como un rayo para pasar directamente a otro aforismo y seguir así hasta que se agota el encadenamiento. No es una película fácil, desde luego, y exige una audiencia atenta y entregada al juego que propone, pero si se consigue la conexión el resultado es apasionante, una de las mejores propuestas cinematográficas de este año, de nuevo un lamento por un mundo que desaparece (como es habitual en Godard) pero sin lloriqueos ni pucheros, con la lucidez de quien ha formado parte de él y ahora empieza a despedirse con la elegancia de siempre.

    A favor: Que haya logrado estrenarse aquí, e incluso con una cierta puntualidad.

    En contra: Que se haya decidido hacerlo en 2D, con lo cual la película pierde buena parte de su esplendor visual. No todo, por lo que resulta igualmente obligatoria. No se libran ustedes, qué va

     

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