¿Quién es George? debería llamarse esta obra de teatro rodada en formato de película sobre tres parejas y su relación con dicho protagonista anónimo y siempre oculto al espectador que conoces a través de las experiencias, dichos y oídas de sus queridos conocidos, todo ello presentado a través de dibujos pintados de referencia paisajística, coloridos cartones de escenario y localización breve para situarte en la carretera de este ensayo de una obra que sirve como excusa para descubrir en sus inicios, descansos y paradas por desavenencias la relación no tan sincera ni idílica, bastante manipulada y complicada de las mujeres con el ausente y de los hombres con su estimado amigo, tan nombrado pero, nunca observado en presencia física para poder ser apreciado más allá de un, no del todo conseguido, sugerente fantasma.
Seis estupendos actores que sostienen toda la obra con gran talento y acierto ante la centralización exclusiva en sus rostros y palabras de una atención y curiosidad que deben mantener intacta, a buen nivel, en todo momento ante la ausencia de distracciones decorativas que puedan desviar la atención sobre su persona y lo que su personaje quiere transmitir, exigente prueba que superan por su demostrado arte y oficio, sin problema alguno.
Nada más empezar te atrae su estilo, te gusta su carácter, te estimulan sus formas y estás dispuesto a darle esa oportunidad inocente de validez a su apertura para ser seducido por un texto que, de todas-todas, debe ser potente y magnífico pues, la historia entera se sostiene sobre la capacidad cualitativa, valorativa, intuitiva y específica del guión pero, éste no es de tal calibre, su fuerza, apenas emerge o asoma la cabeza, se desvanece y desaparece cual humo confuso, su energía no acaba de arrancar ni desprenderse de unas buenas intenciones que no van más allá de su propia cita de miras y todo su hábil y fascinante planteamiento se pierde entre llanuras insinuadas de pasión no sentida, de celos no vividos, percepciones no confirmadas y sensaciones que no se despegan de su ilusionante comienzo y que, prontamente, van proporcionando un observar sin sentir que, aunque permite construir al protagonista ausente -único motivo del diálogo-, tal tarea no produce carisma ni entusiasmo ni un buscado sosiego que te permita escapar de tu neutralidad.
Del desaparecido director sólo conozco "Muriel", obra magnífica donde las haya, para esta ocasión "Comer, beber y cantar" no ha sido la obrajovial, distendida y alegre que anunciaba su título, la evolución de los personajes respecto la figura espectral es de motivación media que nunca supera un regular standard durante todo su avance; en "Dogville", Von Trier atrapaba tu interés y no te soltaba por nunca, ni siquiera permite un descanso en su perpetuo recuerdo sobre ella, con una sencillez aplastante, aquí, Alain Resnais, no tiene tanta técnica ni habilidad, mucho empeño de fruto tibio y leve pues, escuchar las sentencias referidas a este adulador mujeriego, amigo de sus amigos, de pensamiento esquivo, no caldea el ambiente ni sube la temperatura y, la imagen que te formas de él a partir de sus presentes portavoces no es tan halagüeña, aduladora o deseada pues, no hay sentimiento de pérdida irreparable al no poder conocer al titular invisble, existe un vacío emprendedor por continuar la historia que no te lleva a recharzarla pero tampoco a abrazarla, elegancia y estilo en la puesta en escena, menor recepción sabrosa en la tertulia y los platos servidos.
Cuando no se despierta interés o encantamiento por ese desconocido, cuando tienes que esforzarte para apreciar su esencia y, aún así, dudas..., ni primavera, ni verano ni finales de otoño; definitivamente, no estamos ante su mejor trabajo aunque, tampoco se duda, sigue siendo él.