Therese, no Teresa; mi encontrado ángel del espacio.
Rostros hermosos, perfectos, sincronizados y cautivos, miradas penetrantes, fijas y firmes que hablan por si solas, música seductora y emocional, de cálida fotografía para un ambiente intimista y personalizado que ensalza a las protagonistas, que rompe acceso a la sensibilidad compartida y protectora de quienes se hallan sólidamente unidas entre la multitud y se dicen te quiero sin palabras; únicamente con ese intervenido espacio que se crea al coincidir en la estancia, al rozar sus manos, al intercambiar esa expresión sincera, atrevida y segura que ofertan unos fascinantes ojos, como adelanto de lo que dirá los labios, cuando puedan y se atrevan.
Porque se cuidan con esmero las formas, porque se endulza con cariño el cuadro, porque sugiere y reafirma, con delicadeza y sensibilidad, la fortaleza de unos sentimientos cuando éstos surgen; inicia su andadura, esquiva las dificultades, poco desenfreno, más intuición que revelación u otra cosa, pero es innecesario adentrarse en la osadía, en mostrar más piel y contacto, la absorción de sus anhelos y penas es plena, rotunda, atractiva y tentadora, conquistan ellas, su elegancia, cohibición e historia.
Es dulce, precavida y pausada, se toma su tiempo para engatusar, referir, conformar y asegurar el terreno, como floreciente doncella que poco a poco expande su capullo, para convertirse en una bella y hechizadora flor que sabe por fin lo que quiere, y no dice que si a todo por decir y salir del atolladero.
Cate Blanchett está inmensa, soberbia, hipnotizadora, pocas veces deja de perfeccionar sus interpretaciones con esa maestría y veteranía de dominar un arte, Rooney Mara le concede una magnífica y virginal réplica de quien está entrando en el mundo de los adultos con todo lo bueno y todo lo malo, sensacional y sugestiva pareja que logran un tenso y melódico dominio de la situación a cada momento; suya es la historia, por ellas quedas embelesada, para ellas todo tu reconocimiento y aplauso.
Todd Haynes lleva con abismal sensualidad comedida la obra de Patricia Highsmith a la gran pantalla; se cuidan los detalles, se desvelan, mimosamente los pormenores ante la pulcritud del resultado, afán de máximo esfuerzo que tiene la recompensa en ese absorbido, fascinado y agradecido espectador que palpa cada escena con detenimiento, que saborea cada letra pronunciada con lentitud, que aspira cada emoción observada, pero aún no respirada, pues se disfruta del melódico compás de risas, pequeños contactos e intimidad revelada, para ese magnífico momento donde el enamoramiento y su posterior amor ya no pueden esperar y se abren paso.
Imposible no gozarla, no sentirse embaucada y abrumada; conmueve y apasiona, palpita con esa inesperada ansiedad de un agitado corazón que sabe lo que quiere, pero no sabe cómo obtenerlo pues aún no ha descifrado cómo hacerlo; suyo es ese loco pinball que dominaba su vida y que inesperadamente a chocado con la bola acertada; ya no desea seguir rebotando, es ésta, es la que quiere, es la que le hace feliz, la audiencia sólo tiene que sentarse y dejarse maravillar, sobrecoger y enamorar por el embrujo de ser testigo del nacimiento y consolidación de una profunda y sólida querencia, no importa qué o quién.
Cláusula de moralidad, de permiso concedido sin ser solicitado, para dos mujeres que se encuentran y nunca más se podrán separar, “palabras de un lenguaje nuevo..., para el amante perseguido que tiene que esconder su voz”, hasta que ésta coja fuerza y resuene con contundencia, mientras tanto “si tú me miras, me hablarás”; simplemente mira y deja que esta radiante y espléndida pareja te hable, no hagas más, sólo ver y escuchar.
Finura, distinción, miramiento, exquisitez, mimo y afecto para una espectacular cinta basada en un placentero manuscrito que deleita tus sentidos.
Lo mejor; sus actrices protagonistas, fotografía, música y fantástica realización de una sensacional obra escrita.
Lo peor; no llegar a verla, vivirla o sentirla.
Nota 6,8