Oda a Melissa McCarthy
por Mario SantiagoEsta es la historia de una promesa (todavía) no cumplida. Cuando en 2011 se estrenó La boda de mi mejor amiga –dirigida por Paul Feig, producida por Judd Apatow y capitaneada por Kristen Wiig–, muchos se apresuraron a profetizar el comienzo de un nuevo reinado femenino en el corazón de la comedia americana, una tesis cuyo otro gran pie de apoyo lo constituía la serie Girls. Dos años después, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que la comedia americana sigue siendo eminentemente masculina. Desde entonces, películas del montón como Dando la nota o Despedida de soltera han intentado reavivar el sueño de la revolución femenina de la comedia, poniendo de relieve una realidad poco esperanzadora: Wiig no ha terminado de explotar en el cine; vacas sagradas como Tina Fey o Amy Poehler parecen ir en declive; y las grandes esperanzas que habíamos depositado en Emma Stone y Anna Faris se han disuelto, respectivamente, en el mainstream y en el olvido. En este panorama más bien aciago, sólo una mujer ha sabido mantener viva la guerra de sexos por el reinado de la comedia yanqui. Hablo de Melissa McCarthy, la respuesta femenina a la leyenda de John Belushi, probablemente la presencia más indomable del cine norteamericano actual.
McCarthy es una de esas comediantes capaces de llevar el histrionismo hasta un punto extremo donde el artificio termina deviniendo algo natural. Era el arte del Steve Martin de los inicios y de gente como Chris Farley o el ya mencionado Belushi: monstruos de la pantalla capaces de perturbar las leyes del buen gusto y del orden social en su conjunto con su arremolinado ímpetu físico. Ese es justamente el rol que asume McCarthy en la irregular Cuerpos especiales, como ya hiciera anteriormente en la ya mencionada La boda de mi mejor amiga, en la olvidable Por la cara y en su cameo en Si fuera fácil. Coronada como la nueva reina de la comedia física, McCarthy pone en movimiento un torbellino de fealdad, incorrección y puro genio cómico. Aquí, repitiendo con Paul Feig en la dirección, se dedica a dar vida (animalística) a una criatura salida de las catacumbas de lo social: una hija bastarda del Teniente corrupto al que diera vida Harvey Keitel perdida en una pseudo-secuela de Loca academia de policía; una abusona profesional con serios problemas para manejar su ira y con síntomas claros de sufrir el Síndrome de Tourette. En resumen, un monstruo asocial al que terminamos temiendo y adorando a partes iguales gracias a la entrega y convicción de una actriz en estado de gracia.
El problema de Cuerpos especiales es que no hay mucho más que destacar del film más allá del trabajo de McCarthy. Planteada como una rutinaria trascripción al universo femenino de los códigos de la buddy cop masculina –con McCarthy como el vértice irracional y Sandra Bullock como el elemento cerebral de la pareja–, la película brilla cuando se deja poseer por el talento natural de la oronda McCarthy y se diluye cuando se concentra en la constreñido trabajo de la flacucha Bullock, que en la piel de una recta y remilgada agente de policía regresa a su registro más anodino después del recital de Gravity. La película no aspira a trascender ninguna fórmula: la “novedad” del compañerismo femenino luce como una réplica desvaída de la clásica fraternidad masculina de la comedia yanqui. En toda su humildad, el film se termina contentando con exhibir los desiguales talentos de sus protagonistas al tiempo que juega despreocupada y amoralmente con la fascinación por las armas y el imaginario policiaco en su conjunto.
En definitiva, Cuerpos especiales puede verse como un film-paradoja. Si tenemos en cuenta su deslucida propuesta global, podríamos considerarlo un claro testimonio de una cierta agonía de la Nueva Comedia Americana, con su desgastada apelación al humor grueso, escatológico. Y sin embargo, el talento ingobernable de McCarthy nos permite seguir degustando las mieles más esenciales y primitivas de un género, la comedia, que vive entregado a la sinrazón y la inconsciencia.
A favor: El talento natural de Melissa McCarthy.
En contra: La artificiosidad constreñida de Sandra Bullock.