El desierto emocional
por Carlos LosillaSe puede adoptar dos actitudes muy distintas ante esta película. La primera consistiría en verla como parece ofrecerse, una especie de fantasía animada a partir de la imaginería propia de la escuela National Geographic, de la cual parte explícitamente. La segunda se basaría en una destilación de ese concepto, una visión contemplativa del viaje interior a partir de una travesía por el desierto australiano. Sea cual fuere la elección, el origen es el mismo: la historia real de Robyn Davidson, en cuyo best-seller se basa la película, una mujer empeñada en recorrer Australia de punta a cabo hasta llegar al mar, con la única compañía de un perro y unos pocos camellos. En este sentido, El viaje de tu vida (peculiar traducción española de Tracks, el título original) es a la vez una aventura épica y la historia de una obsesión, y en el cruce entre ambas se encuentra tanto su razón de ser como sus incontables debilidades.
Por un lado, el director John Curran (El velo pintado) hace lo que se espera de él: paisajes deslumbrantes, banda sonora relajada, actores entregados, ritmo perezoso… Por otro, todo eso se convierte en un relato opaco, que apenas da unas cuantas razones para el comportamiento de la protagonista (los flashbacks: lo peor de la película) y nos la da a ver como un enigma, una personalidad obstinada en constante pugna con su entorno. ¿Con qué quedarse? Este crítico se aburrió indeciblemente durante la totalidad del metraje, pero de vez en cuando pudo extraer también destellos de belleza, no se sabe si atribuibles a la intensa composición de MIa Wassikovska o al alucinado universo audiovisual que de vez en cuando sabe crear Curran. En cualquier caso, acaba ganando el tedio: El viaje de tu vida se perfila poco a poco como una película superficial, epidérmica, que intenta ocultar con un ligero velo misterioso sus múltiples insuficiencias.
El mayor pecado de Curran, en fin, estriba en sacar muy poco partido del paisaje, de ese inmenso desierto que debería ser el contraplano constante de la protagonista. La cámara acude a lo decorativo, al embellecimiento gratuito, e incluso Wassikovska aparece llena de glamour hipster en cada uno de los planos que se le dedican, que son muchos. Melena corta y rubia al viento, ojos soñadores, labios fruncidos, expresión distante y reconcentrada, su rostro es el reflejo perfecto de la contradicción que anida en la película, el relato de una travesía que nunca llegamos a entender muy bien, la crónica de una odisea personal que las imágenes no saben traducir.
A favor: Mia Wassikovska, efigie imperturbable de un universo desolado.
En contra: Esa indefinición que se quiere disfrazar de trascendencia.