Aún nadie ha escuchado nuestros gritos (solicitudes
“Alien: Covenant”, remake y simultáneamente precuela, es la última entrada en la saga de “Alien”. El más reciente largometraje, bajo la batuta del propio Ridley Scott, es repulsivo e intrigante cuando lo desea pero lento, abstruso y trágico cuando no se percata que lo es. Pese a que exhibe jactación entorno a la progresión de los desaciertos cometidos previamente—factor que en cierta medida es cierto, por lo menos visualmente—, la historia de los tripulantes reitera cayendo en otros vicios que impiden que iguale a la biblia del terror de ciencia ficción como es la original “Alien”.
Basándose en el biotipo narrativo acostumbrado, Scott—padre y señor de la saga—concibe de la mano de una amplia lista de guionistas el relato sobre el cual las dantescas criaturas evolucionan. Cuando se escucha el nombre de más de dos escritores en la concepción de una obra, las críticas, mayoritariamente, tienden a ser desfavorables; es realmente inaudito el proyecto que consigue cuajar y encuadrar con satisfacción todas las ideas en un mismo molde argumental. Pues aquí, la fijación Hollywoodense de atiborrar de elementos un relato está presente en el guion cabal, más no en el bosquejo de la tradicional historia: un grupo de tripulantes, que tienen como función arribar a un planeta ignoto para la preservación de miles de seres humanos en estado de criogenización, se distancian de su misión original gracias a unas señales “humanas” que provienen de una planeta hipotéticamente habitable que se encuentra más cercano del provisto. Una terra incognita que acobija una amenaza más allá de los bordes de la imaginación, un paraíso que los bañara en sangre ennegrecida con incombustible agresividad.
Los errores de lógica sobre los que los fanáticos y críticos han hecho hincapié aluden a los presenciados en la entrega precedente “Prometheus”, cinta en la cual los personajes, científicos peritos en ciencia, hacen gala de una incoherencia en los actos que permite con tremenda rapidez llevar la historia hacia un irrebatible punto de quiebre. Hombres y mujeres que guardan profundos conocimientos científicos que injustificablemente visitan sin protección alguna una tierra nunca explorada; asoman la cabeza encima del huevo de una cría como si hubieran encontrado oro o, en resumen y como suele suceder en las insalvables cintas de terror actuales, determinaciones privadas de cordura.
Pese a lo afirmado, el protagonista, a cápite ad cálcem, es Michael Fassbender, quien efectúa una dupla interpretativa digna de elogios. Fassbender decide explotar aún más sus habilidades actorales bajo una fuerza gestual y vocal ardua al retratar, respectivamente, a los androides David y Walter. El primero, un modelo humano sintético que estuvo a bordo de la USCSS Prometheus que sirvió como hombre guía y el segundo es la más flamante incorporación dentro del universo “Alien”— fruto de la colaboración entre los ingenieros Weyland y Yutami—, Walter es el mayor triunfó de prueba y error en la creación de androides, al ser el primero de una especie mejor forjada que la David 6. Fassbender ratifica por qué es uno de los mejores actores de nuestro siglo gracias a los roles obsequiados por Scott, unos hombres-máquinas que con una postura robótica y unos reducidos pero efectivos registros vocales y gestuales logra, majestuosamente, trasmitir emociones.
En épocas de “Wonder Woman” y “Captain Marvel”, la intención de Katherine Waterston (Daniels) no era superar ni mucho menos emular a la original dama heroica interpretada por Sigourney Weaver, su personaje, siempre según ella, debe ser ejemplo de la fuerza pensante de la mujer, de sus capacidades en cualquier campo humano, de construir esperanza y fe y un modelo a seguir para las mujeres venideras; resaltar la aptitud de las féminas dentro de un Hollywood, a secas, machista. Sus propósitos se han cumplido, pero también, han sido notoriamente distorsionados por expresiones ajenas. “Ni a los talones”, “tan distante como el sol” o “una copia barata” son algunas de las afirmaciones que he escuchado sobre el papel de Daniels. El proceso de formación de las motivaciones de Daniels son veraces, orquestadas por sus geniales dotes interpretativos, la actriz estadounidense conduce, con amplia maestría, la historia a su destino.
Declarado por el mismo director como otra autentica equivocación, la tardía reincorporación de los xenomorfos diseñados por H. R. Giger es agresiva y apabullante, y aunque visualmente no se queda corta en prolijidad, estos anexan un nuevo y más grave peligro: la desviación del verdadero horror. No es una extrañeza la excelencia en las imágenes, evaluadas como un todo, viniendo de la mente creativa de Ridley Scott, creador de nada más ni nada menos que otro libro sagrado de la ciencia ficción: “Blade Runner”. Agradeciendo a la era de los efectos especiales, el paraíso inexplotado en donde se desarrolla el relato es precioso en sus grises opacos o en los claroscuros lúgubres que impregnan de temor y desasosiego la pantalla; estos son, como si fuera tradición, soberbios.
Es entonces cuando los nuevos problemas salen a la superficie. La atenuación de la carga filosófica, tan característica de la saga al ser el motor de su existir, se restringe a un profundo prólogo de diez minutos en donde Walter y su creador impugnan sobre temas de dioses, orígenes e incluso arte. Otro terrible error es la extremadamente prologada introducción – más de sesenta minutos—para ambientarnos en la atmosfera de los personajes, bien podría relegarse más de la mitad de su etapa inicial. Sin embargo, el más grande lio es el señalado en el párrafo anterior. Amén de poseer un prestigioso Premio Oscar por efectos especiales, en el largo del USCSS Nostromo la aparición de los alienígenas es escasa, por ende, el horror emana de la tensión de la situación, del estado de alerta que suscitaba un salto súbito del alíen, inclusive, los interiores de la nave espacial producían incertidumbre e inseguridad, el famoso y magistral suspense por el cual la obra es loada. El falla radica en la decisión de Scott entorno a redimirse con la poca participación del xenomorfo en la pantalla, peca por inocente ya que aunque la primera consecuencia del letal virus en el cuerpo de un tripulante es espantosa, asquerosa y sorprendente, este ritmo comienza a vagar, un ir y venir entre escenas, dejando como principal fuente de supuesto terror al alien, fantásticamente creado por CGI, provocando una pérdida de suspense en el proseguir de sus acciones, lamentablemente, repercutiendo en la predicción del cliffhanger final, no obstante, a propósito de este, deja una sensación de querer muchísimo más, ¡Bendito Walter!
Independiente de las falencias de “Prometheus”, “Alien: Covenant” enmienda algunos de los problemas en la entregas anteriores, sin embargo, adiciona otros tantos posicionando la cinta en un limbo, en un bucle. Esta cinta no consigue ser clasificada bajo el género de horror — pese a su deleitante gore —, más bien, es una producción audiovisual de ciencia ficción que plantea preguntas que nadie solicito y, a la postre, no responde las ya propuestas. Teniendo como medida de calidad los filmes previos de Scott, “Covenant” está lejos de nivelar a la original, no obstante, la guisa de presentar, artísticamente, la cuestionable historia es fascinante, un paraíso en donde no te podrán oír gritar, aunque aun así, lo estemos haciendo. “The Path to Paradise Begins In Hell”, ahora mismo, estamos cruzando el auténtico infierno, en toda la extensión y efecto de la palabra.