Un mitológico y épico mega-espectáculo CGI hibridado entre “Star Wars,” “Avatar” y “Thor: Ragnarok” para la posteridad.
“Aquaman” es un portentoso milagro; la película de superhéroes de gran presupuesto más excéntrica e hipnotizante en términos visuales que el mundo ha visto hasta ahora. No me malinterpreten, el filme en solitario del Rey de los Siete Mares está lejos de ser perfecto, aborda una historia de legado y responsabilidad más que conocida, rítmicamente pasa de ser fugaz a intermitente y argumentalmente es, en general, desenfada teniendo entre manos la espesa mitología griega, pero es esa bravura y audacia plasmadas sobre un presupuesto de millones de dólares y un material de base alucinante lo que hace que sea una experiencia tan arriesgadamente inusual como imperfectamente extraordinaria.
Para nadie es un secreto que el Universo Extendido de DC ha venido de mal a peor dentro del espectro al que apunta; diabólicamente histriónicos, innecesariamente extensos, ferozmente oscuros, demasiado serios, sea cual sea el dilema, Walter Hamada, nuevo capitán del barco tras la salida de las legendas Jon Berg y Geoff Johns a principios de 2018, debía mover rápido y sabiamente sus cartas luego del descalabro financiero que significó un “evento” de tan alta importancia para DC Entertainment como “Justice League.”
Como un ángel, “Wonder Woman” fue estrenada en el tiempo preciso— #MeToo y #Time’s Up, —presentó una historia bélica absorbente de exquisito empoderamiento femenino propulsada por la dirección inmejorable de Patty Jenkins, introdujo a la única superheroína retratada en la gran pantalla hasta el momento a través de la sincera interpretación de Gal Gadot y liberó al mundo un universo ficticio tan feminista e inspirador como prometedor con unas cuantas gotas de humor fish out of water que volvía a poner en competición a la subsidiaria de Warner. Teniendo bien claro ahora qué tipo de contenido se decantarían por producir, se despidieron de ciertos proyectos, re-escribieron algunos guiones y dieron luz verde a ideas discutidas ya por un largo tiempo. Entre la categoría de guiones pulidos y ligeramente modificados, con especial énfasis en lo cómico, se encontraba su más reciente, arriesgado y suculento caos hollywoodense.
Si “Wonder Woman” fue una especie de Spider-Man para DC, Arthur Curry extrañamente sería un vistoso hibrido con ADN de Tony Stark, Thor y Star-Lord. El Hijo de la Tierra y Rey de los Mares tiene papeletas para convertirse en el “superhéroe” más excepcional, fascinante y exótico de todo el combo de fenómenos allá afuera. Momoa le implanta una sobrecargada masculinidad al papel, así como una descuidada carga de bobería y humor sarcástico que proporciona gran parte de las divertidas y no tan divertidas bromas emplazadas por todo el largometraje. Esa corpulencia interpretativa y ranciedad en cada una de sus escenas es lo que lo hace tan especial, tan único, tan emocionalmente identificable y, obviamente, políticamente correcto.
Súper músculos, una dupla de villanos, responsabilidad, legado, reinado, esplendidas persecuciones y batallas cuerpo a cuerpo, ya hemos visto esto ¿cierto?, — guiño, “Black Panther”, guiño, —pero mientras Ryan Coogler se proponía diligentemente plantar cara a la poca diversidad y algunos otros asuntos de seria importancia, Wan se relaja, se desinhibe y deja atrás cualquier intención de tomarse en serio el material; es simple: diversión sin verdadero sentido más allá de su mensaje de solucionar los problemas pacíficamente y su propósito de redimir a DC, y es ese difuso proceder lo que lo hace tan disfrutable, tan extrañamente magnético y despreocupadamente brillante.
“Aquaman” es un genuino rara avis, y uno de los grandes. Contados con los dedos de una sola mano son los autores que han recibido un presupuesto de nueve cifras para hacer realidad un guion original— el Sr. Christopher Nolan, —también pocos son aquellos cineastas que reciben tan apabullante suma de dinero para confeccionar una adaptación de comics tan estrambótica que esté sometida a los juicios, visiones y expectativas de una compañía entera. Luego de duros golpes contra la pared, DC ha decidido dejar a su inesperado consentido de billón de dólares en manos de uno de las artistas más capaces, profesionales y creativos trabajando hoy en la industria.
James Wan es un cineasta/artista para recordar. Visionario, maestro del horror y la acción, propietario de la entrada más lucrativa, dinámica y emotiva de la franquicia automovilista “Fast & Furious” y rey del terror moderno mainstream a costa del inesperado éxito de su obra maestra vintage de 2013, una propiedad intelectual de billón de dólares por la que pululan spin-offs, precuelas y secuelas de creciente dificultad cronológica. Las numerosas victorias han hecho del malayo el hijo consentido de Warner, lo que fue más que suficiente para encomendarle uno de los más riesgosos e importantes proyectos para el futuro de la sub-división DC.
Su cinético e idiosincrático estilo para con el género se respira aquí de principio a final. Las secuencias de combate son provocativas, diligentes, como salidas del más salvaje videojuego. El director también tiene tiempo para experimentar y jugar con encuadres, movimientos de cámara y angulaciones que rozan lo magistral, con explosivos giros de 180° que ya habíamos probado previamente en el combato mano a mano entre Hobbs y Shaw en “Furious 7” y en el escape de la prisión para “The Fate of the Furious.” La cámara arremete agresiva contra la audiencia, imprimiéndole un dinamismo que nunca para de crecer en parte por el excelente aspecto técnico y artístico de un par de secuencias que, increíblemente planificadas y magistralmente ejecutadas, quedaran fácilmente anexadas en los anales de este género postmoderno.
Pese a estar sobresaturado de imágenes generadas por computadora, incluso en tomas que perfectamente hubieran sido posibles sin el uso exagerado de estos, el filme no limita su facultad creativa. No hay punto de discusión en que CGI hay, en todas partes y en todo momento, lo que puede desviar constantemente la atención del propósito narrativo, pero aun así, su estética y arrojo visual hace de las imágenes una prueba de obstáculos emocionante propulsada por fantásticos efectos visuales. Lejos está de los mastodónticos despliegues a la vieja usanza de joyas como “Mad Max: Fury Road” o “Mission: Impossible - Fallout,”y aun así, el filme es una delicia artificial. Al tener lugar gran parte del tiempo bajo el agua, era lógico que aun con el entusiasmo y entrega del equipo de filmación, las tomas debían ser concebidas digitalmente o, por lo menos, refinadas. Wan y su equipo han fabricado para nosotros un mundo acuático, embellecido por un desbordado Don Burgess, el cual es feroz, deslumbrante, prolijo y emocionante, absorbente y cuidadoso, es puro éxtasis visual atestado de creaturas, animales alterados, bestias atlánticas y, por supuesto, un pulpo tocando la batería. También hay espacio para majestuosos paisajes sobre tierra como una bellísima aldea italiana, el imponente terreno desértico del Sahara o la claustrofóbica Fosa. Retratar la mitología griega de los comics está nunca podría ser cosa sencillo, pero sin embargo, sale triunfante y con nota superior, con una inventiva y audacia poco habitual en el cine de titánico presupuesto. Al final, se agradece que este hermoso mundo, armonizado por las altisonantes tecno-composiciones de un inmejorable Rupert Gregson-Williams, sea no solo reflejo del cine de nuestra época, sino un recordatorio de la magnificencia que sonido e imagen pueden concebir.
Kidman está fabulosa como Atlanna, en un tipo de personaje no del todo ajeno si se le echa un ojo a la prolífica carrera de la actriz de “Eyes Wide Shut.” Limitándose al prólogo y a una aparición sorpresa, no tiene el tiempo que desearíamos en pantalla, y aun así, el balance interpretativo entre la carga cómica fish-out-of-water y la dramática la pone en una posición desacostumbrada pero brillante; este es un regalo de oro para el género. Literal y figuradamente, el diseño de Mera, interpretada por Amber Heard, es destellante, siendo ella quien lidere un par de encomiables secuencias que respiran #MeToo. Willem Dafoe como Vulko abraza la ambigüedad, jugando en un papel sencillo y pequeño que no le sienta demasiado bien, sobre todo teniendo en cuenta que, después de los excéntricos personajes que el actor le ha dado al género, se le ha visto en su mayor esplendor naturalista en brillantes dramas dirigidos por Sean Baker y Julian Schnabel. Patrick Wilson y Yahya Abdul-Mateen II, como King Orm y Manta respectivamente, se turnan fatalmente el papel del antagonista. Es confuso saber en quien debemos concentrarnos, si en la ambición desmedida del primero o en la fogosa venganza del segundo. Ambos dan lo mejor de sí mismos, pero el material que se les dan los deja sin alas.
“Aquaman” del maestro del horror James Wan es una extrañeza cinemática; sí, presenta un ritmo irregular, habla más de lo que debería, y por consiguiente, dura más de lo que debería, y aun así, la primera película en solitario de Arthur Curry es la más desenfada, hilarante, gratificante y lucrativa adaptación que vas a encontrar en el accidentado universo cinemático DC hasta ahora. Aunque me tiemble la voz, me atrevo a asegurar que es, visualmente, el espectáculo sci-fi de más desbordante y alucinante magnificencia que he visto en una producción de gran presupuesto desde “Avatar” de James Cameron. Para hacerte la vida más sencilla, “Aquaman” podría sintetizarse así: “Black Panther” y “Star Wars” conocen a “Avatar” y a “Jupiter Ascending,” y a su vez terminan todos por toparse con “Thor: Ragnarok,” una reunión bañada por una personalidad de videojuego vibrante y una peligrosa carga de toxica masculinidad y puro espectáculo.