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    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Aquaman

    DC y el desmelene

    por Alberto Corona

    Tras el estreno en 2016 de Batman v Superman: El amanecer de la Justicia, la situación emprendió un rumbo inesperado para los ejecutivos de Warner Bros. y DC. De pronto, toda esa gravedad y poso sombrío, que la compañía había asumido como seña de identidad gracias a Christopher Nolan, dejaba entrever sus limitaciones y la dificultad con la que podía conectar con un público demasiado familiarizado con las fiestas lúdicas y coloristas del Universo Cinematográfico de Marvel. Desde ese mismo momento, casi todas las películas posteriores de la franquicia empezaron a ser producidas en un clima constante de control de daños. Escuadrón suicida no debía ser oscura, sino gamberra. Liga de la Justicia, tras un rodaje infernal, debía conciliar en su seno tanto la compleja visión de Zack Snyder como la inevitable sumisión al método Marvel representado por Joss Whedon. Ninguna de estas películas fue libre, constreñida por lo que el estudio necesitaba que fuera y una visión artística sucesivamente más difuminada, que ni siquiera libraba a la notable Wonder Woman de un saturadísimo y tedioso tercer acto. Aquaman, sin embargo, sí es la primera película auténticamente libre de DC, y eso es en sí mismo una muy buena noticia.

    Sobre todo, por cómo ha acabado alcanzando esta libertad. Tras todo el estatismo, las tramas enrevesadas y unos asomos de humor que se ofrecían impostados e incómodos, DC tenía que conseguir su catarsis a base de tirar la casa por la ventana y negarse a ofrecer un espectáculo a la medida del público marvelita —ya Liga de la Justicia demostró que no era buena idea—: DC, por tanto, tenía que abrazar abiertamente la mamarrachada y el exceso, y encontrar su propia identidad creativa a través de ellos. Es justo lo que consigue Aquaman. Por mucho que su argumento recicle rasgos de Black Panther, El rey león o, supuestamente, las aventuras de Indiana Jones reflejadas en las aventuras terráqueas del Rey de Atlantis, la nueva película del Universo Cinematográfico DC se revela por fin como una obra de entidad autosuficiente, capaz de ofrecer placer al espectador desprejuiciado por mil y un motivos diferentes gracias a los grotescos cambios de tono que se van sucediendo, mientras se dispone voluntariosa y kamikaze a no dejarse nada dentro. El que además todo esto venga de manos de ese superhéroe que habla con los peces y tantas veces ha sido el hazmerreír de la cultura popular, no deja de redundar en lo simpática que nos cae Aquaman, y el respeto con el que deberíamos valorar este movimiento del estudio.

    Ahora bien. Por muy encomiables que sean los esfuerzos invertidos en el film protagonizado por Jason Momoa, el precio que hay que pagar por este festival de la hipérbole es uno demasiado elevado como para poder refugiarse del todo en esa simpatía retórica que debería despertar Aquaman. Más allá de los horrendos efectos digitales, en los que la película se regodea casi con desafío obsceno, ciertos defectos habituales de las producciones de DC aquí siguen a pleno rendimiento, como en lo referido a su duración desmedida, unos formidables errores de 'casting' —si el citado Momoa no ha tenido carisma en su vida, mucho menos va a tener embutiéndose en un traje de lentejuelas amarillas— y, en general, una incompetencia absoluta en todo lo que se refiere al manejo de las emociones, con momentos cómicos de querer hundirse en la butaca, y escenas dramáticas de vergüenza ajena en estado puro y silvestre. Ante esta indolencia por los personajes y sus motivaciones en la que esta compañía, por mucho que haya querido desatarse, sigue cayendo religiosamente, de poco sirve que haya un pulpo que toque los tambores. Sobre todo porque recientemente ya vimos a una hormiga gigante hacer lo mismo en Ant-Man y la Avispa.

    Al final, más allá del estrambótico golpe sobre la mesa que supone Aquaman, nos queda un film donde parece que al menos sus integrantes han participado con la ilusión de pasar un buen rato —salvo en el caso de Willem Dafoe, claro—, y que, por encima de desbarres CGI, presenta una puesta en escena tan juguetona como sólida. Si las dos horas y media que dura Aquaman se hacen algo más llevaderas es únicamente gracias a la mano de James Wan, que es capaz tanto de hacer que los combates submarinos sean más o menos dinámicos como de firmar la que es, sin duda, la mejor set piece de todo el Universo DC. Una que tiene lugar en los tejados de Sicilia, con un villano llamado Black Manta y unos tipos disfrazados de Power Rangers atravesando paredes, poco después de que Jason Momoa y Amber Heard hayan estado comiendo amapolas al ritmo de Roy Orbison. Eso es todo lo que ofrece Aquaman. Y, por momentos, creo que nos podría llegar a valer.

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