"Nadie te ve venir, ¿verdad Bob?"
Aunque la verdadera cuestión es..., ese último instante de revelador deslumbre y fortuito encuentro ¿compensa el tedio, desapego de los muchos tibios e incandescentes minutos que le preceden?
"Dos tontos muy tontos", uno el primo listo que quiere recuperar la corona perdida, el trono que le confería su falacia de poder, necio poco atrayente de destino fácilmente venidero, el otro sonámbulo autista que lo ve todo y a todo calla más listo y efectivo que todos juntos.
Un último trabajo de James Gandolfini austero y áspero, de sabor ácido-apenas suculento que ofrece escasa ganancia, ningún placer y al que se le saca poco partido, una nueva interpretación de Tom Hardy, intimista y concentrada, de deducción lenta y seca visión que compone un caminar perdido sin rumbo que no alivia la pesadez de espera.
Como un pitbull que todo lo observa, calla y otorga, que no avisa ni da opción a reaccionar, ataque mortal en el preciso momento, oportunidad de escape perdida y anulada por la propia fanfarronería de un prepotente que no conoce a su verdugo-asesino inesperado, no ofrece mucha intriga ni impresión, ni adrenalina ni ávido sustento en sus previos y en la mayor parte de su soso y neutro recorrido, vive exclusivamente de un despertar momentáneo, rotundo e impactante que rápidamente, con la misma fugacidad de revelada aparición, vuelve a su voluntaria somnolencia de percepción apagada.
Dennis Lehane escribe para la gran pantalla una adaptación de su propia historia de la que también beben "Mystic River" de un Clint Eastwood que supo sacarle a ese texto un valor inmensamente exquisito, "Adios, pequeña, adios" thriller penetrante magníficamente adaptado y dirigido por Ben Affleck y "Shutter Island" de Scorsese..., ahora que me convenzan de que estas tres potentes, impresionantes y marcadas historias proceden del mismo relato que una "Entrega" que dada la tardanza de su inesperada sorpresa, la lejanía de su observación distante sin nervio ni garra, la sobreabundancia de personajes rondando el escenario y el torpe y esquivo andar que no cautiva tu atención ni seduce al personal, ¡el summun! de una espera vibrante de intenso thriller apoteósico -dicen, creo que con sorna, los supuestos expertos- es para decirle al transportista que se lleva el paquete de vuelta, por favor.
Cine negro espeso en demasía que no convence porque nunca encuentra el estilo y arte de motivar su acompañamiento, un discurrir lento, insípido, nada avenido que se supone es la tensa y agónica espera de esa revelación oculta, de esa transformación de personalidad que seduce un segundo y vuelve al estado de hipnosis dormida que late durante todo el filme en un argumento que pretende intuir mucho con sus afilados diálogos, abarcar un inmenso espacio con su sutil verborrea de contenido inteligente pero que tiene la habilidad de ser oída pero no escuchada dado el poco interés que despierta en sus arduas formas y pesado caminar, como esa conferencia a la que acudes con contundente y sabia voluntad dado el catalogado contenido pero la que pasas su mayor parte como dibujante de garabatos de más suculento atractivo que este Hardy sin Lauren -el flaco sin el gordo- y en la que únicamente fijas tu mirada sin vacilación cuando pega un golpe en la mesa y un vocablo malsonante en el audio.
El suculento personaje de Tim Robbins, el devastado desgarre de su leal amigo de barrio Sean Penn, el paralizante investigador de sangre fría Casey Affleck..., todos ellos papeles electrizantes, de inteligente emoción contenida y abrumadora correlación de pasos armoniosos a destino letal con inquietante ambientación de abrupta envoltura y atormentada presentación..., aquí Tom Hardy intenta extraer todo el potencial que puede a un protagonista que no protagoniza ni sabe encabezar con irresistible deseo y seducción firme la marcha de su ruta y su destino particular.