‘La gran familia española’, no es una película de bodas al uso. Tampoco es una comedia típica. Ninguna película de Daniel Sánchez Arévalo, es típica, ni tópica. Nos encontramos ante uno de los pocos directores españoles capaz de mantener el listón alto en su trabajo. Esta película lo certifica: con sólo cuatro títulos en su haber el director madrileño puede dormir tranquilo sabiendo que ha firmado algunas de las mejores películas de nuestra filmografía (vale, ‘Gordos’ un poco menos, pero ya…) y que se convierte con ello en un estandarte del cine con buen gusto, con mejor mano y gran discurso fílmico, tanto narrativo como visual. A ver seamos honestos, esto no es una chupadadepolla subvencionada para el pequeño Daniel, su película no es perfecta (ni ganas que el tenía, ni falta que a nosotros nos hace) y su aposento de cómodidad en el que le han instalado la taquilla y la crítica (es el chico que todas las madres querrían de novio para sus hijas) parece haberle anquilosado en la recete mágica del cine comercial, pero es que gustar a todos no significa hacerlo mal, no hacer una película perfecta, no significa que no sea buena. Muy buena. Casi perfecta. Casi. En este país no sé que pasa, que entre tanta crítica, tanta crisis y tanta mala hostia que nos sobra, si cada película no es ‘Ciudadano Kane’ salimos con la misma monserga: “No está mal, pero no es perfecta, o sea, que no es buena…”. Ahora resulta que cada película tiene que ser una obra maestra y por eso cada verano, llenáis las salas para ver la última de Michael Bay o la nueva edición de Transformers. Claro, si es que el cine español es una mierda y los verdaderos cinéfilos lo que adoran es el blockbuster de Hollywood. Bueno al lío, que efectivamente, ‘La gran familia española’ tiene altibajos y caracolea a veces de forma desmedida entre géneros que no siempre sabe explotar, pero antes que eso es un cuento de una sensibilidad y lirismo innegables, marcando bien los tiempos entre la comedia y el drama (No es ‘Azul oscuro…’, tampoco es ‘Primos’, es un poco de ambas) y basando su fuerte en tres elementos: una hábil concatenación de diálogos frescos y perfectamente hilvanados, una estupenda recopilación interpretativa (a pesar de Quim Gutiérrez no sea él, hasta el final de la película) y por último una coherente reconstrucción costumbrista, algo que se le da de perlas, haciendo que nos sintamos no sólo identificados, sino también un poco tocados por lo que a él le emociona. Nos hace partícipes de una historia, nuestra historia, como las reuniones familiares y las finales de fútbol que por fin llegan, cosas que tenemos en común y que nos hacen mejores y peores, especiales, muy nuestros, muy de verdad. //// Podéis leer el resto de nuestra reseña en el blog...