Siestas más profundas
por Paula Arantzazu RuizDifícil lo tenía James Foley con el material de la segunda entrega 50 sombras firmada por E.L. James. Si la primera novela era un facepalm continuo, las siguientes son una caída al peor de los infiernos. Es decir: un aburrimiento supino que no hay por donde cogerlo. Con eso entre manos y a pesar de los esfuerzos, lo que cabe esperar de 50 sombras más oscuras, nuevo capítulo del romance entre Christian Grey (Jamie Dornan) y Anastasia Steele (Dakota Johnson) es más bien poco. Y aún y eso, tan mísero es el resultado que ni siquiera hay un detalle irónico con el que poder lanzar alguna chanza desde estas líneas.
Recapitulemos: después del primer round en el que Christian y Anastasia jugaban a ser una pareja normal, en este segundo intento siguen persistiendo en querer cohabitar más allá de las sábanas debido a la insistencia de ella, escandalizada por la educación sexual y sentimental alejada de la norma de él. Misma maraña narrativa condimentada con una banda sonora hip, trajes de alta costura y apartamentos de diseño. Supuestamente en 50 sombras más oscuras la historia se fija en los sofisticados aspectos psicológicos de Christian, tal y como su título subraya casi con luces de neón, pero lo de la profundidad y los matices no parecen ser la especialidad de James. El pobre Foley y el resto del equipo se esmeran en cubrir todas las carencias del relato y hasta en ocasiones sonríes con la coquetería de Dakota Johnson –cuya interpretación de Anastasia se derrumba cuando pretende ponerse intensa y, por el contrario, luce con cada gesto à la Lolita–, pero tan poco hay donde agarrar que la cinta no consigue despertar ningún tipo de interés, ni a nivel melodramático ni en otras ideas contextuales del filme, toda vez que cuestiones como la fan-fiction, la convergencia de medios o el propio fenómeno como tal han perdido fuelle, al menos en el caso que nos ocupa.
Dos aspectos salvan a 50 sombras más oscuras de la quema absoluta. El primero es que hay más carne, aunque en ocasiones el ritmo de la película se asemeje, sobre todo en su arranque, al ritmo de las antiguas películas eróticas en las que lo que se contaba daba igual porque lo que querías era ver cómo echaban un polvo. Sea como fuere, las segundas 50 sombras son menos pacatas. El segundo apunte a destacar es la maravillosa e imposible irrupción en escena de Grey después de tener el accidente con el Charlie Tango, su helicóptero, en el clímax de la película. Es un momento descacharrante, por penoso, pero con la risa piensas: ojalá toda la película hubiera tenido ese tono.
A favor: Los multicines Balmes de Barcelona donde hemos visto la película en V.O. son muy cómodos.
En contra: El sopor de la historia no lo arregla ni el musculado cuerpo de Jamie Dornan.