Un esperado "poc trellat", absurdo y sin sentido, cuyo disparate y desenfreno ha perdido su acierto y encanto.
Como una bola loca en una partida de billar, o pinball si se prefiere, de lado a lado intentando hacer una carambola digna de gracia, humor y algo de carisma, burla reforzada por chistes, gamberradas y frases irónicas de corto alcance decoradas con mucha marihuana y un excesivo "fuck you" como plan molón de una super fiesta que arranca con planes de cachondeo y promesa de bullicio y alboroto.
Y, sinceramente, esta reunión de colegas que abusan de las bromas, de las parodias y de las sentencias banales y tontas para divertir y conseguir la sonrisa y aplauso de sus invitados no llega muy lejos, su efecto es más bien anodino y apagado, superfluo andar o, mejor dicho, un caótico y memo tropezar, rebotar y volver a colisionar que anula cualquier esperanza de loca alegría, recreo placentero o juerga distendida; parece, simplemente, que Seth MacFarlane coja el taco, golpee la bola y que ésta vaya chocando, a su tino, según le parece y venga en gana.
Y, los guionistas, él incluido, a la baza de tal despropósito de plan pues ni tenían contenido en mente, ni rumbo trazado, ni estructura clara, sólo dos requisitos indispensables a formar parte de tan desastroso camino, fumar como cosacos salidos y un repetitivo joder como estandarte de cada fotograma, en todas sus posibles variantes, pues si se utiliza más de un vocablo malsonante es sancionado por la moral y las buenas formas pero, si se repite el mismo hasta tal saciedad que se ofende ¡hasta el oído! es lenguaje cotidiano ¡molón! de la calle.
Y es que no puedes hacer la continuación de un éxito novedoso y simpático pensando únicamente en la taquilla y en lo que, presuntamente anticipas, el público espera ver porque, en su lugar, lo que logras es juntar varias escenas gratuitas de "Padre de familia" -de la que vas sobrado de conocimiento-, adaptadas al oso cachondo y su fiel e incondicional amigo, que consiguen risas esporádicas y alternas pero que, en conjunto, carecen de personalidad y identidad como película propia que intenta emular los descabellados pasos de su hermana grande; y, tampoco sirven los cameos sorpresivos e inesperados, por simpáticos y fructíferos que pretendan ser ya que, el relleno de nada sirve si la masa utilizada como base es poco consistente/apenas nutritiva; tristemente, el cuarteto/terceto por momentos/dueto original por siempre, lanzado de casilla a desmadre para someterlos a desvaríos, caídas y gansadas sólo trae como resultado mucho bobería sin ganancia, payasadas sin beneficio y muy pobre provecho para tan largo tiempo empleado.
Tanta correría de bufones, en busca de meta ocurrente e hilarante, es genial y desternillante en la pequeña dosis de una serie de 45 minutos, sin previo que mitificar ni destino al que llegar más que el disparate loco y descabellado que sus mentes creadoras soliciten; en caso del oso Teddy, que tiene que reinar cortesía y respeto a su anterior lanzamiento y estrellato, es alargar demasiado lo que no tiene sustancia ni comicidad más allá de los pocos gags que pueden ser contados con los dedos de la mano.
¿Reforzar, a la pareja protagonista, con personajes más sólidos de contribución más notable? No hubiera estado mal. ¿Homologar más la esencia de la que nace en lugar de desvariar por un tipo de ingenio y agudeza que, al segundo de asomar su cabeza, se hunde en su propia mísera tristeza? Sin duda alguna, se secunda.
El argumento juega al ping pong, al tiro porque me toca y donde caiga bienvenido sea, despiste de fortuna que se deja en mano de esa moneda lanzada al aire, tanto si sale cara como cruz tenemos la cuota de público cubierta, poco lamento se observa en cuanto a preocuparse de que la historia tenga sabor en su disfrute y coherencia en su presencia pues, ¿lo mejor? la creación digital que da vida a tan creíble oso de peluche y un Mark Wahlberg que sigue bordando el papel de memo que ya lució entonces, de lo poco que se ha respetado.
La primera hora, un montón de sketchs de chispa y atino diverso según escojas, a partir de ahí toma ruta más estable pero, para entonces a perdido tanto fuelle, gas e interés por parte del espectador que es difícil recuperarle para que salga de la sala convencido de haber presenciado un entretenimiento válido y eficaz a la altura de lo recordado respecto su pariente cercano.
Pierde sus habilidades conforme ruedan los minutos y descubres que, ni ellos tenían claro ¡cómo amenizar tu ocio!, de ahí que sólo presenten colisiones de autopista negada para ir a insustancial sitio e insinuar una posible vuelta que, dado la presente, da miedo pensar ¡por dónde osará salir!
Mamá, mamá, ¡ha vuelto el circo a la ciudad!, está en los cines. Si cariño pero, este circo ya no es el que era; mismos ingredientes para un plato que ya no resulta tan atractivo, gustoso ni grato.