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    Dos vidas
    Críticas
    2,0
    Pasable
    Dos vidas

    ¿Madre no hay más que una?

    por Carlos Losilla

    Hay, por lo menos, tres motivos de interés en el punto de partida de esta película. Primero, la historia real que está detrás del argumento: los bebés que algunas ciudadanas noruegas tuvieron con soldados nazis durante la ocupación y luego fueron enviados a orfanatos alemanes. Segundo, el caso particular de una de ellas, reclutada luego por la Stasi para servir de espía en los países nórdicos. Y tercero, la complicada historia política y diplomática que se deriva, con innumerables implicaciones morales. Desgraciadamente, ver Dos vidas significa el desmontaje sistemático de todas esas esperanzas o, mejor dicho, contemplar de qué manera las posibilidades de una trama poliédrica son dilapidadas una a una hasta que no queda prácticamente nada de interés, todo reducido a una sucesión de escenas ilustrativas al servicio de un discurso unilateral, a saber, ¡cuánto sufrimiento causó la RDA!

    Nadie lo duda, pero esa afirmación no puede sustentar una película. Enredándose en un laberinto de pistas paralelas que confunden inútilmente más que otra cosa, el director Georg Maas, en su segundo trabajo de ficción, quiere abordar demasiadas cuestiones y se queda en la superficie de todas. Mezcla elementos del thriller de espionaje, del drama familiar, del folletín sentimental e incluso de la película judicial, entre otros, con la intención de construir un film complejo y sugerente, pero la torpeza del conjunto le impide avanzar más allá de un guión igualmente confuso, para el que se han necesitado nada menos que cuatro firmas. Por un lado, Dos vidas nunca funciona como película política, pues tanto los personajes como las situaciones son esquemáticos y tópicos, proceden más de una mala digestión de cierto cine americano que de un esquema verosímil. Por otro, el lado más interesante, el retrato de una mujer sin identidad, perdida en los meandros de la Historia, queda diluido entre escenas a veces ridículas, a veces solemnes, que no saben nunca dar un tono unificado al conjunto.

    En la primera escena, la protagonista se calza una peluca y varía su aspecto para viajar a Alemania, en los días de la caída del muro. El resto de la película intentará dar cuenta de sus transformaciones, del modo en que también caen sus máscaras, elaboradas a lo largo de años de ocultación y sufrimiento. Ahí estaba el interés de Dos vidas, tanto el histórico como el individual, el que le hubiera permitido tanto dibujar toda una época como construir un personaje. La prueba es que la continua aparición de secundarios a lo largo del metraje que sigue (agentes perversos, abogados puntillosos, maridos bonachones, madres sufridas…) no aportan nada a ese inicio, como tampoco lo hacen unos cuantos flashbacks inútiles que pretenden marcar el pasado con una coloración saturada y granulosa. La presencia de LivUllman en el papel de la “madre” noruega indica que quizá la película de Maas hubiera podido gozar de una cierta hondura, siempre malograda. A cambio, solo ofrece una pequeña parte final en la que, por fin, lo que interesa toma el protagonismo, para cerrar la función quizá cuando empezaba lo mejor.

    A favor: una iluminación sugerente que expresa lo que la película es incapaz de hacer.

    En contra: un tono absolutamente erróneo en la mayor parte del metraje.

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