Chico conoce chica, se caen bien y ..., a partir de ahí te coge de la mano y te lleva por la aventura del amor tratado con coherencia y sentido, estilo que no importuna con escenas melosas y dulzonas, con una evolución firme y segura de camino lento y progresivo que no corre desesperado a la fácil ruta de la rapidez evolutiva, la cursilería y una ñoñez que indigesta por aburrimiento y contenido vacío, con un guión trabajado, sano y ágil que vive de leve ironía, simple humor y frases de conquista acertada más que de desperdicio y basura lingüística, un argumento previsible -es una historia de amor, todos sabemos por dónde discurrirá y cómo acabará- que no produce cansancio ni ausencia cognitiva y que permite tu amena atención con gratitud, con una correlación de los pasos que permite disfrutar sin maravillar, saborear sin lamentar, admitir el deleite inesperado, más de lo previsto, de una historia afable y común que no aporta novedad alguna pero que es llevada con gracia y jovialidad y tratada con respeto y un digno andar para que el espectador pueda acompañarla sin pereza, remordimiento o equivocación de haber escogido mal.
Daniel Radcliffe intenta abrirse camino y olvidar su legado de varita mágica y encantamiento "potteriano" con esfuerzo, esmero y cuidado, pues a pesar de su congelada expresión física y estática corporalidad, se mueve con soltura y comodidad gracias a la evidente afinidad y conexión con su compañera de reparto, Zoe Kazan, formando una pareja avenida, de química obvia en pantalla, que amenizan con frescura, cordialidad y arte y que no necesitan de secundarios cliché de corte y pega que se supone deben aportar la risa y diversión con sus banales estupideces y sus diálogos llenos de carencias y superficialidad, aunque, ahí están por supuesto.
Relato que aporta energía y pasión moderada, que cautiva con sencillez y armonía sin pretensiones altivas y que, a excepción de la última escena sobrante de moralista configuración, es un grato y fructuoso placer de imprevista degustación que alimenta sin empalagar y deja un satisfactorio gusto a regusto sabroso, ese encuentro no fortuito con un desconocido que aporta conversación fluida, distracción, ocio y un estar apetecible, donde surge la simpatía espontánea y una sorprendente empatía, que ambienta con gratitud y al que no lamentas haberle otorgado tu tiempo, espacio y confianza pues cumple sobradamente con su voluntad de pasatiempo, romance no baboso, interés altruista y rítmico compás de destino claro pero complacencia indiscutible.
No corre, no tiene prisa, sabe dónde va pero quiere disfrutar de la senda, de unos pasos que son el gozo de caminar con convicción y seguridad por haber realizado un trabajo seductor de soltura perceptiva y una envolvente piel suave de roce atractivo que entretiene sin esfuerzo y con gracioso afecto, bocado de intensidad tenue y potencia comedida que Michael Dowse presenta con inteligencia y estilo para no perder a una audiencia que queda atrapada con silenciosa impresión y sin queja alguna.
Comparte su bocadillo de comida amarilla con ellos, saborea su preparación y cocción y congratula su decorosa presencia, su saber estar y su facilidad de visión y consumo ligero pero cumplidor, sintonía eficiente de apetecible resultado.
No comentemos su evolución titular de la canadiense "The F word" a la americana "What if" a la española "Amigos de más" pues, la bobalicona excusa de moderar -por ser suave- el lenguaje molesta y ofende.
Respetemos la originalidad del creador y sus motivos sin retocar nada de su obra pues, se supone, la censura ya acabó, ¿o no?