Minimalismo en claroscuro
por Israel ParedesAunque sea una cuestión que no debe, o no debería, influir en el análisis de la película, llama la atención que Llenar el vacío, escrita y dirigida por Rama Burshtein, no solo haya sido un éxito de público en su país, Israel, sino que además haya copado los premios más importantes del mismo así como recibido una buena acogida tanto en núcleos laicos como religiosos. Otro elemento externo llamativo se encuentra en que la directora se haya adentrado en los cerrados márgenes de los jaredíes, la comunidad judía ultraortodoxa, algo no poco habitual dentro de la cinematografía israelí, tras un largo recorrido como cineasta dentro de un grupo de directoras que realizaban películas exclusivamente para mujeres, consiguiendo la autorización del rabino de la comunidad, tanto para poder hablar de determinados temas como para introducirse en casas jaredíes, sino también para plantear una película para todos los públicos. Es decir, Llenar el vacío, que nos llega desde sus paseos festivaleros, abalada y premiada en muchos de ellos, con el aspecto, además, de película de festival, es en realidad una película mainstream en Israel, algo verdaderamente curioso dado que el resultado final de Llenar al vacío, en cuanto a su propuesta visual, parece apuntar más hacia una obra alejada de ciertos convencionalismos del cine comercial (algo no siempre peyorativo). Todo lo anterior, que, como decíamos, en realidad no debería influir a la hora de valorar Llenar el vacío, son elementos que explican, o pueden explicar, determinados aspectos de la película.
Burshtein plantea su película desde el intimismo, desde una situación individual a partir de la cual trazar o lanzar una visión sobre un mundo, el de los jaredíes, hermético, oscuro, fuera de tiempo y cerrado en sí mismo. Y aunque expone estos temas, así como, ante todo, la relación entre hombres y mujeres dentro de ese núcleo religioso y cómo ellas deben someterse a las estrictas y antiguas leyes que deben acatar a pesar de los cambios de tiempo, de una manera crítica, o, como poco, lo suficientemente expositiva y directa como para que, desde dentro de su planteamiento, nazca una posible mirada crítica, lo cierto es que la cineasta no deja en momento alguno de ser, sino condescendiente, sí al menos lo convenientemente respetuosa para no molestar demasiado. Pero en este punto intermedio es capaz Burshtein de elaborar un cierto discurso que, aunque subjetivo y con algunas ideas lanzadas de manera premeditada, es lo suficientemente estudiado y cercano para que las imágenes de Llenar el vacío se alcen como un acercamiento serio y crítico a una comunidad regida por algunas leyes que, aunque respetables, se dan de bruces cada vez más con la realidad. Sin embargo, se puede objetar a Burshtein, quizá debido a su pasado como cineasta de un cine tendiente al melodrama desaforado y con algo de manipulación emocional, que haya absorbido este pasado cinematográfico para configurar una obra que, aun yendo más allá y con una seriedad más que plausible, posea todavía un cierto halo reminiscente de aquellos modos que la convirtieron en su país en una cineasta importante.
Pero el discurso de Burshtein, que viene entregado en forma de cuento intimista, tiene una más que eficiente e interesante, en ocasiones incluso deslumbrante, traslación en la puesta en escena, en gran medida gracias al trabajo del director de fotografía. Rodada prácticamente en interiores, Llenar el vacío se presenta como una obra en la que predominan los colores blancos y negros, sobre todo éstos, transmitiendo una sensación de mundo monocromo, cerrado en sí mismo, sin matices. Burshtein crea unos espacios claustrofóbicos y asfixiantes a la par que lumínicos, con una luz blanca que se introduce en las casas de un modo similar a esa famosa iluminación presente en algunas películas nórdicas y que parece apuntar hacia una cierta espiritualidad que se introduce en esos espacios. Los personajes acaban sumidos en un mundo que parece absorberles a la vez que alumbrarlos, una dicotomía que crea una enorme plasticidad en las imágenes de Llenar el vacío así como se alza como ejemplo de una película que se mueve constantemente entre los polos y opuestos y que encierra en sí misma mucho más interés de lo que, en un primer momento, pueda parecer, sin embargo, queda la sensación, como decíamos al principio, de que la cineasta no ha acabado de tener la libertad suficiente para ir más allá.
Lo mejor: La actriz protagonista, la fotografía, el excelente trabajo de los espacios.
Lo peor: La introducción de elementos cómicos que no tienen demasiado sentido.