Aloha, hola y adiós, amor y afecto, símbolo de Hawai donde, en todas partes, serás tratado con el estado de aloha, espíritu de bienvenida, buenos deseos e intenciones.
¿Por qué mancillar, tan bonita palabra, con esta desastrosa cinta, Cameron Crowe? ¿En que estaba pensando, la susodicha, cuando escribió ésto?, lo produce ella porque ¡nadie más lo haría!, lo dirige porque sólo su cabeza sabe lo que hace, conoce su procedencia, capta lo que quiere decir y ¡se emociona con su destino!
Porque la partida y su embarque hay que saber analizarlos, trocearlos por partes y con cuidado; con un principio de incógnitos fraseados a descifrar, propios de una mala noche de comedia de Martes y trece, donde se combina, con magistral torpeza dialéctica, el misticismo de un cielo que no habla, con su hermano terrestre que piensa más bien en dinero y poder, práxis humana que compite con ese espíritu altruista, respetuoso y grandioso, que tan superficialmente se trae a colación para, a continuación, seguir ruta por el añadido de un romance venidero que se disputa frente a otro añejo y, de todas las garruladas escénicas, militares o civiles, de colegas en rememoración, de sobredosis de enamoramiento forzado que pega, sea como sea, aún con cola extra fuerte ¡si hiciese falta!, de melancolía de quién fue, de tormento de quién es, de apocalipsis por ser honorable y salvar al mundo de un arma nuclear etc, etc, etc -y paramos aquí porque, la presente responsable quiso porque, seguir, se puede seguir con todo el galimatías que se quiera-, lo que realmente queda es un coyote perdido y extraviado, abatido en un interior devastado, a quien las estrellas guían hacia ese renacimiento de quien sigue ahí, pero oculto, por esa ruina material y servicio patriótico que actualmente le envuelve, creyendo que este escepticismo le protegería de seguir sufriendo cuando, en realidad, fue la causa de mayor ceguera y dolor o...
..., sencillamente, a Bradley Cooper y sus explotados ojos azules, intentando vender y hacer creer que, con su único encanto presencial ante la cámara, conseguiría hacer olvidar que el argumento es un desbarajuste de cohes de choque que, una vez entregada la ficha e iniciada la carrera, se sale por donde haga falta con tal de redondear la desfachatez de cómico circo, sin esmero ni gracia, presenciada.
Un atasco de ideas y propósitos donde "¡Yo soy Lono!" y parrafadas singulares de mismo tono, van acompañadas de coreografía gestual, de rostro que habla sin necesidad de palabras, para esa oposición ciudad contaminada/tierra sagrada de esencia protegida por dioses superiores a los que venerar y respetar, que vigilan desde las alturas el comportamiento de sus hijos en la tierra, progreso contra tradición, ambición versus costumbres y hábitos que conforman una manera decente de respirar, sentir y vivir o...
..., simplemente el guaperas realizando una heróica jugada para impresionar a la chica y ganarse su amor y aplauso; y, el mejor de todo el tinglado, es el marido silencioso de su ex a quien, por suerte, no dieron texto para hablar pues, ya hacían los demás bastante el payaso, ¡para qué uno más!
"No se puede comprar el cielo" aunque, sí llenarlo de basura técnica militar, que sirve a propósitos particulares, como fondo, muy hondo y disfrazado, de todo el artificio montado, más la esperada historia romántica oportuna pues ¡para ello la protagoniza el guapo de moda!
Desajuste falto de estabilidad argumental y de sentido coherente en su trazado, con un guión esperpéntico por sus indescifrables conversaciones que ¡ni los hermanos Marx con la parte contratante de la primera parte!
Desde luego, como guionista, Cameron se estrella de narices contra su propia nula ocurrencia, adversidad de dificultad insuperable dado el lío mental en el que se mete y cuyo enrevesado sólo a ella satisface, todo un galimatías donde, por momentos, no sabes qué dicen o hacen, por qué están allí o qué demonios les llevó a aceptar, a los actores, a interpretar dicho teatro demencial y barato; irregular fantasía que nunca encaja con la lógica de lo verosímil para una cinta que vuela a su aire, sin esperar a que la sigas, con sus delirios y locuras que se adaptan a lo que la directora-guionista-productora, supongo, quería narrar; los demás a ver el festival desde las gradas, sin participar, con pipas o palomitas, al menos entretenidos e intentando alegrarse y disfrutar de aquellos espacios más aceptables y recurrentes que permiten, tenuemente, intervenir en el saber de unos personajes desbaratados y maltratados en su confección; ¡aprovéchalos! pues el desorden, sin avisar y con prisa, volverá a escena ¡más pronto de lo que piensas!
Los Beattles con "Lucy in the sky with diamonds", tuvieron más acierto y tino para ¡el barrullo creativo y ¡la inventiva surrealista!
Aprende.