"...y entonces para qué nada, para qué tiene sentido todo esto?"
Escoges la película, director Terry Gilliam, cuyo nombre te retrotrae a "Brazil", donde una mosca cambia el rumbo del destino programado, a "Doce monos" donde, quien no se acuerde de ella mejor que no siga leyendo y, a "Tideland" donde, una niña crea su propio universo de imaginación, fantasía y ficción ante la pobreza y sequedad emocional que le rodean y, ¡allá vamos!,empieza la magia y..., aparece ante ti un circo mediático de personajes estrambóticos de todas las formas posibles, alucine desbarrado sobre inundado despropósito sin freno y un acelerómetro colorido, ruidoso y estridente que no tiene límites, payasos excéntricos de todas las apariencias, desfachatez de personajes llamativos que inundan la pantalla con bombardeos de mensajes atronadores de sentido sólo para el artífice de su creación que aturden tu mente, molestan a tu vista y ofenden a tus oídos, un no parar de fotogramas mareantes de cavilación absurda sin mayor propósito que la alarma visual, el estallido sonoro y el valeroso escepticismo propio de no abandonar con la esperanza de que, al titular de todo este teatrillo barato e insustancial, se le haya iluminado la bombilla a medio camino y de muestras de lo que sabe hacer y que, en el pasado, sin duda, hizo de modo que, ¡adelante mis valientes!, ¡no devolváis la entrada de tan cutre espectáculo y abrir vuestras mentes al verdadero sentido de la vida y al por qué de nuestra presencia aquí!. porque a ello se limita todo lo que sigue a tan disparate grotesco de comienzo, un dejar caer preguntas filosóficas, dudas trascendentales, alegorías existenciales metafísicas de gran pureza subliminal sobre el caos ordenado, el orden caótico, el todo en la nada y la nada que lo es todo y lleva a la nada, vaguería pensativa de la tienda de todo a un euro, reflexión absurda de rebaja en la tienda de los chinos, honda-atroz-mustia, por exceso de condimento, meditación sobre la vida que, puedes evitar con ¡la bola mágica 8!, a la cual le preguntas cualquier cosa y te ahorra la pérdida de tiempo de una decisión futurista que ella te ofrece sin tanta divagación, aquí, nuestro angosto y maniático protagonista, espera dicha ansiosa respuesta por ¡teléfono cableado!, porque, se ve que en este futuro fantástico de recreación soporífera, la tecnología es tan espectacular y deslumbrante que ¡desaparece el móvil y vuelve el auricular alámbrico de toda la vida!, ¡y yo que tiré el mío a la basura!
Conforme rueda el anómalo y ridículo mercadillo ambulante de todo a la venta-nada recatado se guarda en el almacén y que esconde un tampoco-tengo-nada-que-valga-la-pena, vas intuyendo breves apuntes de lo que quiere expresar, observando pequeñas gotas de lo que pretende insinuar y el esquivo camino que desea marcar pero, está tan rodeado de bromas bananeras, palabrería chavista, chistes fanfarrones de gracia no encontrada y vistosidad chabacana que, se pierde sin causar apenas efecto más allá de una estrafalaria suplantación del mejor espíritu kantiano que huele a licorería mercenaria de una tarde de resaca de indeseables consecuencias para el ingrato recuerdo y un, más que deseable, imposible olvido pues, tanto maquillaje, chapa y pintura no ocultan la evidencia de que..., la mona, aunque se vista de seda, ¡mona se queda!