...,y el dolor y la mentira se introdujeron en el paraíso.
...,e inesperadamente la soledad se rompe, la ilusión surge, la inseguridad renace, la curiosidad se despierta y las dudas se abren camino..., y la ayuda es querida y voluntaria, mientras el miedo incesante le acompaña en todo momento..., y vigilas y cuidas y rezas por tener compañía sin saber lo que te espera pues, cuando ésta se multiplica, las cosas dejan de ser sencillas, de estar claras y de ser bienintencionadas ya que el orden se ha perdido, el recelo cohabita y la disponible mezcolanza es una inquieta posibilidad de muy agraviante práctica.
Y surge un Adán científico y una Eva religiosa para una más que futura recreación a la vista, para ese nuevo génesis, de próspero inicio, en esa inédita y apetecible andadura de ansiedad por contacto humano donde, por supuesto, hay que seguir contando con la tentación, la envidia, los celos y la exclusión pues, dos son pareja/tres son multitud y la serpiente deambula sospechosa levantando la calma, incitando a la rebeldía e introduciendo su mala sangre.
Belleza natural y cándida armonía para esa zona de protección milagrosa entre tan contaminado y exterminado ambiente, para ese edén permisivo que se concede bajo leyes no escritas de creencia, obediencia y gratitud por lo recibido, por lo inesperadamente encontrado, que se tambalea cual fuego que aviva las ideas y trae a colación próximos proyectos.
Porque un buen hombre puede ser horrible, puede portarse mal, puede ser el diablo durante breve espacio de tiempo y contagiar sus malas costumbres, y efectuar deleznables actos, y enseñar insospechados anhelos que romperán una ideal tranquilidad de bonanza, a cambio de ese debate eterno por la tentadora manzana.
Y el paraíso se contamina, se perturba y ensucia de lo peor del ser humano, de esa silenciosa competencia donde no se convive, sino que se sobrevive ferozmente en cautelosa rivalidad donde la inocencia desaparece en aras del dominio, del beneficio y del propio progreso de unos intereses y deseos que no van a peligrar, por ningún intermediario que ose cruzarse en su camino.
Referencial versión bíblica que expone tan conocido y discutido relato, con esa gracia adaptativa de acercarlo a los nuevos tiempos, una lectura curiosa del primer libro de la biblia que no deja de argumentarse sobre la misma base de una mujer incitadora de todo el aventurado estropicio pues, la felicidad se estropea, la alegría se tercia y las sospechas inundan una convivencia agria, que no volverá a la gloria poseída, sino que tendrá que avanzar como pueda al ser expulsada del bendecido cielo.
Es reposada y sutil en su acompasado ritmo, calmada y simétrica en esa beatitud de un hogar de simbiosis perfecta en su quehacer idílico, donde casi abogas por la llegada de la tensión y nerviosismo, en esa ficticia generosidad de palabra cuya observación encendida transmite lo contrario; incluso, cuando ya está la mesa puesta y el menú servido, se toma su tiempo para el reparto de los platos y la disputa de los comensales por sentarse a la misma.
Es cohibida, suave y lenta, juega a no desequilibrar una rígida avenencia, arbitra con destino seguro pero no pretende alzar gran alboroto por la senda ya que, es sabido que sólo se necesita un único acto de probar lo prohibido, de ofrecer lo vedado para que se quiebre lo construido, esa tenue caricia de obvio mensaje, gentil pero subversiva que prepara las armas y dispone el fatídico duelo, cuyo acto ceremonial tampoco libra una estruendosa batalla, opta por una enfrenta puntual pero contundente; es serena en su expuesta maldad al tiempo que mortífera en su ejecución categórica.
Intimidad dramática que no expone su temor y desconfianza, tirantez y agitación con extrovertidos gestos, se nutre de miradas penetrantes y lascivas que callan a su boca mientras evocan con lujuria al pensamiento, guiado por esos ojos que cercioran lo querido, por nadie más tenido.
Craig Zobel se rodea de tres magníficas actuaciones para esta narración apocalíptica de bella fotografía y angelical música, un mágico valle donde chocan la explicación racional y la fe de sus protagonistas, más ese tercero en discordia a cargo de traer el veneno alentador que de lugar a un thriller reservado pero concienzudo, desolador y enigmático que aporta esa imperturbable agonía sobre la pureza del último hombre sobre la tierra.
Paciencia, observación y deducción sugestiva para saciar una narración, que reserva la verdad y habla de la mentira con aceptación incómoda de enorme desconfianza.
Z por un Zacarías, cuya última letra del abecedario es el principio de una sobrecogedora incógnita.
Lo mejor; su fotografía, música e interpretación.
Lo peor; puede resultar llana y escasamente nutritiva.
Nota 6,5