Amor omnia vincit
por Paula Arantzazu RuizDesde su debut Steve + Sky and With Friends Like These (2004), el belga Felix van Groeningen ha ahondado en su filmografía en los conflictos de familias desestructuradas y al límite, y sus historias nos hablan de cómo el amor queda trastocado o se pone a prueba cuando la enfermedad o la muerte hacen acto de presencia. Sucede asimismo en este Beautiful Boy, siempre serás mi hijo, primer largometraje en tierras estadounidenses y que adapta las memorias del periodista David Sheff sobre cómo afrontó, peleó, sufrió, se desesperó y ayudó a su hijo Nic Sheff a superar su drogadicción. La guerra contra las drogas, por tanto, en el espacio íntimo del hogar burgués.
Hay en Beautiful Boy, siempre serás mi hijo, como cabe esperar, un tono exploited y aleccionador sobre el problema de salud pública que supone la adicción a las drogas –tal y como se subraya en los créditos del telón–, pero Van Groeningen pretende, sobre todo, contarnos la relación de un padre y su hijo a partir de los oscuros lugares por los que han transitado juntos. Ya en la primera secuencia de la cinta, que muestra al personaje del padre (un Steve Carell absolutamente entregado), el cineasta belga trata de dejar claro que la mirada que va a imponer a la historia va a ser mas compasiva que sermoneadora, aunque esos intentos en ocasiones se tuerzan a causa de un relato de subidas y bajadas, de recaídas y recuperaciones que pueden llegar a agotar al espectador.
A pesar de los retruécanos melodramáticos, inevitables dada la magnitud del tema que aborda el filme aunque algo atenuados mediante insertos musicales, Beautiful Boy, siempre serás mi hijo consigue provocar un nivel de empatía poderoso gracias a la complicidad entre Carell (¿hemos hablado ya de la magnífica entrega del actor?) y de Timothée Chalamet, tal vez más desatado en su actuación pero, sin duda, a la altura de las circunstancias en el rol de bello ángel caído, en la espiral de la autodestrucción.