Sensibilidad bipolar
por Paula Arantzazu RuizFrank Sidebottom fue una de esas extravagantes leyendas que nos ha regalado la historia del pop anglosajón. Su verdadero nombre era Chris Sievey y forjó su mito entre el power-pop setentero y el auge del sonido mancuniano de los hoy reivindicados 90, aunque su estatus de culto lo logró luciendo una enorme cabeza de papel-maché y abiertos ojos azules: caracterizado como Frank, Sievey cantaba, ejercía de presentador, era cómico y, en definitiva, fue uno de los showman más excitantes de la pre-Cool Britannia de hace más de dos décadas. Fue un poco antes, en 1987, cuando Jon Ronson conoció a Sievey/Sidebottom y de sus vivencias nació el original que inspiraría este Frank, singular biopic, exploración de los meandros creativos y de los infortunios del genio, y a ratos road-movie musical y elogio del fracaso.
Lenny Abrahamson, a quien descubrimos gracias a la peculiar Adam & Paul conjuga todas esas películas en su largometraje y es lo que hace de Frank un trabajo realmente excitante, muy alejado de los convencionalismos habituales en el género. Ya el protagonista del filme juega a la contra: Jon (Domhnall Gleeson) consigue acoplarse al grupo de Frank (Michael Fassbender escondido en una cabeza de papel-maché), The Soronprfbs, huyendo así de su aburrida vida suburbial y camino al éxito vía el festival South By Southwest, más feria de vanidades que verdadera meca del indie actual. En ese trayecto que une un pueblo costero de Irlanda con el desierto de Austin, nuestro protagonista tratará de conseguir la confianza de Frank, averiguar si posee un ápice de talento y dar a conocer a través de las redes sociales sus peripecias y a la banda, más preocupada, no obstante, en lograr el sonido adecuado a su nuevo disco (mediante extraños experimentos sónicos) que en su futuro comercial. Durante la grabación de ese trabajo, recluidos en una cabaña en mitad del bosque, es cuando Frank logra sus momentos más hilarantes, absurdos y geniales y consigue extraer una buena dosis de verdad acerca del a veces oblicuo universo creativo musical. Ese punch se pierde una vez la banda viaja a Estados Unidos y se precipita el consecuente desenlace del largometraje, aunque Abrahamson en ningún momento se distancia del verdadero quid de la cinta: ¿quién se halla detrás de la máscara de Frank?
No hay que negar que es una idea deliciosamente perversa ocultar el rostro de una de las estrellas más atractivas del cine actual bajo una voluminosa cabeza de cartón, aunque esa no es la única sorpresa que nos depara el personaje, creado no tanto a imagen y semejanza de Sidebottom, sino de otras personalidades de sensibilidad bipolar como Daniel Johnston o Capitan Beefhart. Esa fusión de talento y locura quizá suene a tópico, pero en ninguna secuencia la película pisa caminos trillados y Abrahamson, del mismo modo, tampoco está interesado en descubrir el porqué de su tormento y genialidad. Más bien, nos muestra cuánto proyectamos de nosotros, sueños y frustraciones, en esas esquivas y frágiles figuras.
A favor: La dupla Jon/ Frank, dos personajes que pueden leerse en clave doppelgänger.
En contra: Que la cinta pierda algo de ingenio cuando viaja a Estados Unidos.